Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Gafas de cerca
Bilardo es un entrenador de fútbol argentino, ya retirado. Su cara invitaba a ponerle un traje de raya diplomática con solapas anchas y un sombrero borsalino, colocarlo en el estribo de un coche muy negro y muy grande en plena Ley Seca, disparando una ametralladora de tambor redondo sin dejar caer el lucky strike, esquinado entre los labios. Se recuerda por gritarle a un masajista de su equipo que se aprestó a atender a un contrario: "¡Domingo! ¡Los de colorado son los nuestros! ¡Pisalo, pisalo!", llaneando la orden de porteñas maneras. Bilardo, un hombre que causaba odios o devociones. Como parece causarlo otro argentino controvertido, también porteño y no poco púrpura, el papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio antes de ser delegado del Espíritu Santo; jesuita, gustoso de remangarse la sotana blanca y encharcarse en la política. "Los nuestros son los católicos practicantes, Santidad, no los que desprecian a la Iglesia", pensarán algunos a veces, atribulados y hasta desamparados por la llama papal.
Al Papa le sucede entre muchos ateos como le pasa a Alfonso Guerra hoy entre la derecha: se lo tiene por un hombre apreciable, que habla "bien clarito", que hasta pisa el callo a los suyos. Buscando contradicciones o versos sueltos en el otro lado, recuerden que Ruiz-Gallardón júnior, a la sazón yerno del falangista Utrera Molina, fue durante no poco tiempo -hasta que rascando, rascando…- un hombre de sanas ideas liberales y, oye, hasta progresista a los ojos de no pocos socialistas españoles. Llega Francisco tras un Juan Pablo I que no desayunó bien recién llegado al Vaticano, un Juan Pablo II muy afecto al Opus Dei y un intelectual ortodoxo como el emérito Benedicto XVI que no esperó a morir para retirarse, y ahora medita y lee junto a su fiel secretario personal (el alemán Gänswein, a mitad de camino entre Montgomery Cliff y Tony Blair). El papa Francisco hace tragar no pocos sapos a los jesuitas -incluidos sus colegiales ya talludos-, no digamos al Opus Dei, y a muchos católicos sin adscripción complementaria. A preguntas de los periodistas sobre cuándo pensaba venir de gira a España, el Pontífice contestó: "Cuando haya paz". Vaya por Dios: como los McDonald's, que sólo se franquician en lugares sin conflicto armado. Sutilmente, los indepes han conseguido un apoyo inesperado. Tan poco ecuménico. Tan disparatado. Si en España no hay paz, todo el mundo está en guerra.
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