La Semana Santa de Jerez… ¡se posa!

Y, ahora, también se posa la cera derretida con sus lágrimas de caliente alegría.
Y, ahora, también se posa la cera derretida con sus lágrimas de caliente alegría.

10 de abril 2023 - 01:58

Fue en aquella cátedra de la sapiencia cofradiera -a modo de programa radiofónico- y en las doctas voces de Chano Amador, Manolo Toro y José Manuel del Castillo -siempre, durante más de medio siglo, bajo la dirección inefable de Carlos Schlatter, sevillano de cuna con ascendencia alemana- cuando aprendimos el canon no escrito de la Semana Santa. Canon no escrito pero sí sonoro en esta revista hablada de la Cadena COPE cuya celebérrima careta prorrumpía con el vozarrón torrencial de Manolo Centeno cantándole a la cruz de guía de la Hermandad del Silencio, la madre y maestra. Todo era pureza, sabiduría, elegancia periodística, conocimiento de causa, cofradierismo del copón y magisterio literario en cada emisión de ‘Saeta’. Quienes guionizaban el programa no eran cuatro advenedizos ahítos de micrófonos con esponjas multicolor. Jamás hubo el mínimo conato de amarillismo ni sensacionalismo en sus secciones sino todo lo contrario: Dios y las cofradías como epicentro y como motivo de alabanza y análisis y prez. Una de las frases lapidarias -sabias como el registro de antigüedad de nuestras Hermandades- se me quedó grabada en la sesera de niño cofrade en ciernes: “La Semana Santa no termina. La Semana Santa sencillamente pasa…”.

De entonces acá he mantenido esta aseveración como un axioma del continuum que es la vida, como una premisa de paciencia y vuelta a las andadas. Como la prosa diseccionada de los memoriales del gozo. Como la ley filosófica del eterno retorno. Como la parábola del regreso del hijo pródigo. Como el efecto boomerang de la conversión del hombre con interiores capitulaciones cristianas. Como el apotegma de Azorín: “Vivir es ver volver”. Como el pause de un año completo entre el epílogo de la trasera de un penúltimo paso de palio -con su jurisdicción de promesa abierta en agraz- y el florecimiento del primer azahar en el interregno de la sorpresa colectiva. La Semana Santa jamás termina… Simplemente pasa. Pero ya nos advirtió Heráclito que no podremos bañarnos dos veces en las aguas del mismo río. Porque nada o casi nada permanece. Y la frase definitiva que illo tempore escuché según el rito de los lunes noche de mediados de los años setenta en un transistor antiguo, es decir, “la Semana Santa no termina. La Semana Santa sencillamente pasa…” ha sido este año perfeccionada por un capataz jerezano -maestro en lo suyo y con un dominio del oficio rayano a la virtud sublime de los seres tocados por el Altísimo- que ha hecho de su vocabulario todo un decálogo de enseñanzas a modo del trivium enciclopédico de las frases hechas de nuestro sentimiento cofradiero, por decirlo a la manera del también recordado programa de Angelita Yruela.

Ha sido -sin apenas percatarse de ello- Manuel Jesús Elena ‘Transpor’ quien ha perfeccionado el apotegma de los míticos locutores del programa ‘Saeta’. Lo sabemos a ciencia cierta todos cuantos hemos tenido la fortuna de realizar la estación de penitencia junto a este catedrático del martillo y la zambrana -esto es una cuestión física en la que influyen las dimensiones, las proporciones, la inercia y las perspectivas-. Y lo asumimos a raíz de su repetida frase de capataz con mando en plaza antes de que arríe el paso de palio después de cada chicotá de ensueño y cuando ya los zancos bajan como un equilibrio poético que desciende reposadamente: “Se posa”. Enseguida supe vislumbrar la certeza suprema de la trascendencia definitoria del gran capataz Manuel Jesús. Porque la Semana Santa, más que pasar, se posa. Y ahí quedó en nuestro fuero interno hasta el próximo año. Se posa la emoción párvula del niño que por primera vez forma parte de la pavería. Se posa la plantilla del cortejo que aún mantiene la forma del puño del diputado mayor de gobierno. Se posa el solo de corneta que llora con soplido de evangelio musical. Se posa el tronío de la fuerza costalera. Se posa la belleza en femenino singular de unos ojos que lloraron bajo el antifaz de una promesa jamás desvelada. Se posa la cera derretida con sus lágrimas de caliente alegría. Se posan las flores como un panal que produce la rica miel del buen sabor de boca del deber cumplido. Se posa la consumación de los sueños que de nuevo regresan. Se posa la túnica doblada en el altillo del ropero. Se posa el cansancio. Se posan los abrazos tras la salida procesional. Se posa el anonimato del nazareno… La Semana Santa no pasa. O no sólo pasa. La Semana Santa, sí, se posa. Como la Esperanza dentro de los cofrades por la Gracia de Dios.

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