Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Cambio de sentido
Ojeando uno de esos folletos que atragantan el buzón por estas fechas -el derroche a cuatro tintas- me topo con el apartado Home office, y dentro, con un selecto surtido de lo que llaman sillas gamer. Lo de Home office es lo primero que inquieta; hogar y oficina debieran ser conceptos irreconciliables, muy al contrario de estudio y hogar, o de casa de labor, que carecen de matiz burocrático. Pero lo que más me impresiona son las fotos de esas sillas pensadas para los jóvenes de la casa: disponen de cojinetes para los riñones, sentajo mullido que te recoge las cachas en caso de que rebosen, el reposabrazos del trono de Fernando el Católico, alerones que se repliegan sobre los hombros, una almohadilla para el pescuezo y un remate para al chakra de arriba. Yo les añadiría -no está de más- cinchas y correajes. Son reclinables, ajustables y te permiten hacer movimientos de traslación y rotación. Ni la silla de ruedas de Stephen Hawking. Más que para jóvenes de sandalias aladas, parecieran perfectas para un apretón de ciática, tortícolis o reúma. También valen para el dolor menstrual. Debieran pasarlas por el seguro.
Supongo que estas sillas son así porque están previstas para que el brioso doncel o doncella se pase ahí las horas muertas, sin dar un ruido, emulando a los charlatanes adinerados de Youtube y Twitch (streamers, les llaman, y son auténticos oráculos para la muchachada, y más nos valdría olisquearlos de vez en cuando para saber qué va a ser de la construcción discursiva de la realidad, la política y del modus vivendi de aquí a nada). Están pensadas para engordar dentro, para inmovilizar las carnes, para estar sola en la sala. En apariencia, la silla pretende acoger la hechura humana, pero con el tiempo seremos los humanos quienes pillemos forma de silla. Habrá quien me diga que todo este discurso también se hizo cuando se popularizaron, allá por el XVI, ciertos libros, esos instrumentos del demonio que también te apalancan y te ponen la cabeza a pájaros. Hay diferencias bestiales entre la silla recauchutada del homo videns y un libro, cualquiera que éste sea. No hay rama del conocimiento que no dé fe de ello.
Por inquietar, me inquieta hasta el término gamer, el jugador. Decía Bergamín: "El hombre juega por entretenerse o distraerse o divertirse. El niño juega por jugar. Hay entre los dos juegos una diferencia de naturaleza". Sé a lo que juega el gamer: no es un juego de niños.
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