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Luis era el batería. Fue en el patio del colegio de los Escolapios en el que se conocieron, mientras contemplaban a los más atletas de su curso persiguiendo un balón de colores, donde decidieron formar una banda para tocar versiones de sus canciones preferidas. Juan se erigió de inmediato en el líder y se apropió de la guitarra solista ; Luis sería el cantante porque además de buena voz era elegante, guapetón y el único capaz de memorizar textos en un inglés que ninguno hablaba con fluidez; Ricardo tenía un bajo heredado de su tío, el baranda de una familia creyente y laboriosa ; José que era el rico del grupo y recibía clases particulares de piano se apuntó a los teclados, y a Luis, tímido y apocado, bajito y feúcho, pero provisto de un nervio eléctrico cuando se trataba de desfilar en Semana Santa con la cofradía del Misterio Divino , los tambores le enardecían . Así nacieron Los Perezoso, calificativo que les colocó su profesor de gimnasia, porque ninguno de ellos amaba el deporte y preferían discutir si eran más de los Beatles o los Stones. Durante años tocaron en fiestas, bodas y locales pequeños abarrotados por un grupo animoso de seguidores que iban con ellos a todas partes. Cuando cumplieron treinta años, el grupo se disolvió. Fue bonito ser joven, pero se acabó.
Sólo Luis continuó tocando, fundamentalmente de músico de estudio y en bolos de todo tipo. Juan se casó con una rica heredera y regenta un concesionario de coches de alta gama; Luis es el director jurídico de una multinacional y sigue chapurreando la lengua de Shakespeare; Ricardo es electricista y José anestesista en un prestigioso hospital. En las últimas tres décadas se habían seguido viendo de manera cada vez más ocasional, mantenían la amistad que les unió, aunque cada vez hablaban menos de música y más de futbol. Cuando Luis le invitó a su toma de posesión como alcalde de una pequeña localidad del extrarradio de la capital, todos quedaron sorprendidos. Al parecer todo había sido producto de una fuga de concejales de un partido a otro, y por casualidad Luis que se había presentado por un partido local en tercera posición, había acabado de regidor del lugar en el que vivía. Así que al batería nervioso le tocaba ponerse al frente de la banda. Pero ninguno de sus colegas le acompañaron ese día. Todos acudieron a excusas laborales para justificar su no asistencia. La verdadera razón era que ninguno deseaba verse involucrado en política y mucho menos aparentar estar identificado con partido alguno en concreto. Luis concluyó que la política separaba lo que la música unía y que era momento de tocar su gran solo.
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