Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
¡Oh, Fabio!
Que un zumbado amenace a políticos con munición vieja de cetme es condenable sin matices ni generalidades. Claro que sí. Pero intentar hacer de esta siniestra anécdota un argumento central de una campaña electoral y considerarse víctima de un inexistente "terrorismo de extrema derecha" es una muestra más del cinismo leninista de Pablo Iglesias.
Que hay menas cuyo comportamiento delictivo es un problema en algunos barrios (los más desfavorecidos) es una obviedad que sólo un meapilas del buenismo puede negar. Pero intentar sacar votos criminalizando a un colectivo tan frágil es una canallada por muchas sonrisas de hielo que ponga Rocío Monasterio, decidida a convertirse en la Cruella de Vil de la política española.
Podemos y Vox llevaban días buscando el cuerpo a cuerpo en la campaña madrileña y, finalmente, lo lograron en un programa de radio mal conducido y peor resuelto. Ambos partidos saben que mientras más exaltados estén los ánimos más ganancias electorales obtendrán el próximo 4-M. Ellos a su juego, aunque eso signifique tensar más a una sociedad emocionalmente desquiciada. Pero lo más preocupante es el seguidismo del bloque de izquierdas con la maniobra marrullera de Iglesias. Gabilondo es cada vez más una caricatura del sabio profesor sobrepasado por los acontecimientos y Mónica García, que empezó bien al poner a Pablo Iglesias en su sitio, al final no ha podido evitar terminar gravitando en torno a su enorme ego.
Cualquier persona de mediana inteligencia y buena voluntad sabe hasta qué punto es limitada la relevancia de las cartas de amenaza al ex vicepresidente, el ministro del interior y la directora de la Guardia Civil. En un país normal estas cosas, si es que llegan a trascender a la opinión pública, se despachan con una "enérgica condena", se dejan en manos de la policía y a otra cosa. Pero Iglesias, el mismo que alentó los ataques con adoquines a Vox o tiene palabras de camaradería para con la banda terrorista ETA (esos no desperdiciaban balas en una carta, sino que las disparaban directamente a la nuca de las víctimas) necesita los votos de los hiperventilados de izquierdas. Para ello ha encontrado la colaboración generosa de Monasterio -su némesis, su yang, su envés-, quien se ha colocado la sonrisa como armadura y es la prueba definitiva de que Vox cada vez está más lejos del conservadurismo hispano -del que dijo ser heredero- para acercarse a un populismo de extrema derecha que ningún beneficio puede traer a España.
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