La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Si pudiese ponerle nota a la ministra Celaá por su tentativa de forzar un aprobado general, la suspendía. No puedo y, todavía diría más, tengo la sospecha de que pretende lo contrario: que se expanda un espíritu de aprobados generales que cubra también la gestión gubernamental. Celebro la resistencia de Imbroda y de la Junta de Andalucía.
Con todo, el movimiento de la ministra es sintomático. Primero, el feo. Pues la medida presupone que los profesores seríamos insensibles a las circunstancias especiales de los alumnos. O pensemos mejor o, mejor dicho, menos mal o, en realidad, mucho peor: estos políticos están convencidos de que los profesores tenemos tan maniatada (atada y bien atada) nuestra libertad de cátedra que, si no nos programan, nada. Como jueces kelsenianos, somos la boca (no los ojos ni el corazón) de la ley (educativa de turno). Tampoco entusiasman las formas, porque la presión se hace indirecta, casi por la espalda. Si alguien osase resistirse al aprobado, se le exigiría más papeleo y explicaciones a la inspección.
Aún molesta más el desprecio latente al conocimiento. Hay que entender que en estas circunstancias no quedaba más remedio que flexibilizarlo, sin duda; pero se tendrían que haber propuesto otras medidas más ambiciosas, aunque algunas están bien, ojo, como los futuros refuerzos complementarios. Pero ¿por qué no se podría pasar de curso, vale, pero con las asignaturas que no se dominan suspendidas? ¿Qué eso implicaría un sobreesfuerzo para esos alumnos durante el próximo curso? Por supuesto, y será sólo el primero de cientos. ¿O no se lleva años cargando a estos chiquillos con una descomunal deuda pública? ¿Qué serán unas asignaturas comparadas con lo que les espera; además de que sabérselas es lo que les va a ayudar a encarar lo que les espera?
Falta un matiz. Que quitasen la posibilidad de suspenderlos es lo que menos molestaría. Porque suspender no es un plato de gusto y los profesores nos pasamos el curso tratando de evitarlo con todas nuestras fuerzas. Sin embargo, quitan la posibilidad de aprobarlos, porque el aprobado (y el sobresaliente) dependen de la existencia del suspenso. El poeta Marcial lo explicó muy claro: "Ne laudet dignos, laudat Callistratus omnes./ Cui malus est nemo, quis bonus esse potest?», esto es, «Para no alabar a los que lo merecen, Calístrato alaba a todos./ Para quien nadie es malo, ¿quién puede ser bueno?".
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