
NOTAS AL MARGEN
David Fernández
El sembrador de dudas
retazo
EL canal de Guadabajaque que, históricamente unía la Bahía de Cádiz con el río Guadalquivir a través de Mesas de Asta, muy probablemente la antigua capital de Tartessos, tenía un ramal que se desviaba a la derecha, a la altura de del cruce de la CA-P-6016. Dicho ramal corría por la zona hoy conocida por Cañada de La loba. El ramal de La Loba, cuya existencia apuntó el profesor Chic García en el año 1979 en su trabajo "Gades y la desembocadura del Guadalquivir", circunvala la ciudad de Jerez por el noroeste.
Algunos han apuntado que llegaba a enlazar con Mesas de Asta a través del Cortijo de Cuerno de Oro, como Jorge Alonso en su libro Tartessos, tres mil años de enigma. El historiador Bartolomé Gutiérrez, en el siglo XVIII y en su conocida Historia de las antigüedades y Memorias de la M.N. y M.L. ciudad de Xerez de la Frontera, ya no lo menciona, limitándose tan sólo a reseñar la existencia del canal de Guadabajaque en el tramo que el denomina "Ensenada de San Telmo", un brazo de mar que procedente de la bahía llegaba al pie de donde hoy está la ermita de San Telmo.
El canal de Guadabajaque, como el ramal de La Loba, formaban parte de un sistema de canales y esteros, unos naturales, otros artificiales mencionados por el historiador clásico Estrabón, que rodeaban por completo lo que hoy es la ciudad de Jerez. Aunque los canales hace tiempo que desaparecieron y el mar retrocedió hasta la actual línea costera, hasta hace bien poco era visible su rastro, de forma que cuando llovía, cuentan los antiguos que se podía ir en barca de Jerez hasta Trebujena. En la marisma de Mesas de Asta, cuenta Bartolomé Gutiérrez, que cuando se inundaba "ýpueden andar los barcosý".
Justamente, por encima del Canal de Guadabajaque, se ha construido en fecha muy reciente el complejo comercial y de ocio de Área Sur. Esta gran superficie comercial ocupa parte de la ladera situada entre el depósito de aguas del Tempul y la cañada de Miraflores.
Si nos situamos en la parte actualmente en obras, bajo la carretera interior que comunica los aparcamientos, podemos seguir el trazado del antiguo canal, ocupado cuando llueve por una serie de lagunillas interconectadas.
El pasado año, en un magnífico trabajo publicado en la Revista de Historia de Jerez, Ester López Rosendo sugirió la posible existencia de un embarcadero o muelle de carga al pie del yacimiento arqueológico del alfar de Rabatún-Montealto. Este alfar romano, en realidad un complejo industrial formado por varias fábricas de ánforas, se ubica al pie de un vértice del triángulo "perfecto" formado por el depósito de aguas del Tempul, el depósito de aguas de Montealto y el cruce entre la CA-P-6014 y la CA-P-6016, o sea la bifurcación entre los canales de Guadabajaque y La Loba. Los lados de este triángulo miden 2.000 metros.
Como apuntó el profesor Chic García, sólo se dan alfares romanos en los puntos muy próximos o de fácil acceso de barcos. Sabemos por Estrabón que estos canales eran navegables desde la más remota antigüedad. Es lógico pensar que al pie del alfar de Rabatún, por el canal de La Loba (cota actual 14 metros s.n.m. [sobre el nivel del mar]), exista un muelle de carga de ánforas aprovechando el desnivel del terreno para el acarreo de materiales cuesta abajo.
En Área-Sur, el otro de los vértices, si se mira hacia arriba se ve el desnivel entre los depósitos del Tempul y la zona más baja del canal, actualmente en la cota 7 metros s.n.m. Es posible que también allí, aprovechando los puntos de desnivel del terreno para el transporte, pudieran existir restos de algún embarcadero romano. Este lugar además era un punto estratégico, un cruce de vías de comunicación. Durante la fase final de las guerras civiles de la República romana, la rivalidad entre Cesar y Pompeyo se dirimió en estas tierras. La península era un baluarte de Pompeyo, y la ciudad de Asta era pompeyana.
Adolfo de Castro en su también famosa Historia de Cádiz y su Provincia desde los tiempos remotos hasta 1814, sostuvo (con cierto atrevimiento) que la batalla de Munda, final y decisiva entre Cesar y los hijos de Pompeyo fue aquí, entre Jerez y Gibalbín. Basándose en la evolución de este último vocablo árabe, dedujo que el origen del mismo era "Gebal Monda", o "Gebal Mina". Igualmente dedujo de la crónica (quizá) de Hircio (Aulo Hircio, La guerra de Hispania), que Munda se encontraba en el itinerario de Sevilla a Cádiz: "ýCaesar Gadibus rursus ad Hispalim recurrit. Fabius Maximus quem ipse ad praesidium Mundam oppugnandum reliqueratý".
Algunas crónicas llaman al arroyo Badalejo, arroyo del Testudo. Hasta pudiera pensarse que el origen de este topónimo fuera originado por la "testudo", una formación militar romana en cuadro que permitía atacar sin ofrecer flancos débiles, cubriéndose enteramente por los amplios escudos, a modo del caparazón de las tortugas, de ahí el nombre testudo, que es "tortuga" en latín.
La magnitud y la extensión del complejo de alfares de Montealto, Rabatún y Los Villares, hace pensar que podía haber más de un punto de embarque, varios fondeaderos. Hasta el momento no se han encontrado rastros de estos fondeaderos. Quizá, sólo quizá, el movimiento de tierras de las recientes obras pueda hacer surgir algún vestigio del pasado. En todo caso resulta paradójico que, donde hace dos mil años desembarcaron las legiones de César, hoy desembarquen de los coches "legiones" de compradores "compulsivos". Y que el brillo de las águilas de plata y de los cascos, haya sido reemplazado por el de las carrocerías de miles de vehículos.
Alberto Manuel
Cuadrado Román
CRT
EL próximo jueves 31 presentaremos en el Diario de Jerez un trabajo fundamental y, como suele decirse, de obligada consulta a partir de ahora para quien quiera conocer a fondo una enorme figura artística: José de Arce, escultor flamenco.
Y no menos importante es el hecho de que ha sido una jerezana, profesora de la Univ. de Sevilla, Esperanza de los Ríos Martínez, quien la ha ofrecido a la Historia del Arte y, en general, a todos aquellos interesados en el mundo de la cultura. Tras varios años de dedicación y de estudio in situ, en Bélgica, de las obras y de los documentos sobre el autor, Esperanza explica las claves de sus creaciones y aborda la totalidad de su labor artística, incluida su actividad en nuestro Jerez.
Ya había escrito Esperanza mucho y bien (entre otros temas) sobre Arce y sus seguidores, de modo que este libro viene a coronar una larga trayectoria de buen hacer investigador. Enhorabuena, por tanto, a nuestra compañera
José García Oliva. Experto en literatura infantil y juvenil.
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