Francisco Correal

Teruel

Cuchillo sin filo

11 de julio 2016 - 01:00

LA muerte es la única verdad de la tauromaquia. En ese sentido, este chaval cuyo bautismo mediático ha coincidido con el punto final de su biografía ha dado la vida por todos sus compañeros. Si la banalidad es consustancial a la vida, ¿no lo va a ser a ese complemento que es la muerte? Lo decía Caifás en el Evangelio de San Juan, lo versionó en un poema Salvador Espriu y lo ha interpretado Rafael Álvarez El Brujo: a veces ha de morir un hombre para salvar a un pueblo. Víctor Barrio ha salvado a todos esos compañeros de oficio, la mayoría mucho más mediáticos que él, con una muerte que ha sublimado sus vidas. La mentira y la verdad son dos malas compañeras, escribió Bergamín, una te dice que mates, otra te dice que mueras. Por eso el torero es matador en el arte del toreo y asesino en la banal contestación de los antitaurinos.

Fuimos a Teruel para que mi hijo viera la mayor reserva de dinosaurios que hay en Europa. El toro es el último dinosaurio, el epígono de una fortaleza superlativa que tiene como replicante a un bailarín con espada y borlones. Sin tener ni idea de las entrañas de la fiesta, en esa asimetría está la gracia que embrujó a los poetas del 27, que hizo a Gerardo Diego amigo de Belmonte y a Lorca y Alberti competir por escribir el más bello epitafio a la muerte de Joselito. Poetas a los que reunió el torero Ignacio Sánchez Mejías en el nombre de Luis de Góngora y Argote.

Nunca olvidaré al último torero que murió en la plaza. He contado alguna vez que la única vez que he ido a ver una corrida fue para que el actor Denis Hopper me firmara un autógrafo en la portada de El amigo americano. En 1985 fui a Ronda. La Universidad de la ciudad donde reposan las cenizas de Orson Welles organizó un coloquio con Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín, rivales en la temporada que Hemingway reflejó en el libro Un verano sangriento. Terminado el acto, abrían el telediario con la muerte de José Cubero El Yiyo en Colmenar. Un macabro epílogo de aquel duelo al sol que eclipsó la muerte de Manuel Ferrand, el único escritor sevillano que ganó el Planeta y que falleció ese mismo día.

Pasamos junto a la plaza de Teruel, que está muy cerca de la casa de Andalucía en esa coqueta capital aragonesa en cuya catedral coincidimos con el antropólogo Isidoro Moreno. La plaza principal es la del Torico. La muerte en el toreo parece una elipsis, pero está siempre presente, pareja de baile.

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