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El dato de ayer de fallecidos era estremecedor por mucho que nos hayamos acostumbrado a estremecernos: 382 en España, de los que 30 en Andalucía. O quizás tras tanto tiempo y tantas muertes ya no nos estremece lo que debería hacerlo: nadie puede vivir dos años estremecido. Quien, por compasión y empatía, o por debilidad emocional y miedo, vive así corre el riesgo, si no ha sido ya víctima de ello, de caer en una depresión. Lo mismo sucede con la cautela. Todos o casi todos procuramos mantenerla. Pero es muy difícil, casi imposible, mantener la guardia en alto durante dos años. Hay que trabajar en aulas, despachos, tiendas o bares, coger autobuses a veces abarrotados o darse el pequeño respiro de tomar un café o una cerveza con unos amigos al aire libre. Y ahí puede asaltarnos el bicho.
Dicen los psicólogos que la duración normal de un duelo se sitúa entre los seis y doce meses, según unos, o entre uno y dos años, según otros. Transcurrido este tiempo se entra en lo que llaman duelo patológico. En el caso del duelo colectivo tras catástrofes de todo tipo los tiempos son mucho más breves. Pues bien, pronto hará dos años que cada día sabemos de contagios y muertes. Muchas familias -más de 100.000 en España- han vivido y viven duelos personales y todos hemos vivido, vivimos o debemos vivir el colectivo. Aceptar esta situación evitando los extremos del duelo patológico o la insensibilidad que ignora esta tragedia es tan difícil como guardar el equilibrio entre la exagerada reclusión y la imprudencia. Con el agravante de la culpa: no solo se trata de no infectarnos, sino de no infectar a otros.
Y la vida llamando, impaciente. Andaluzas hambres de carnavales, Semana Santa, feria, Rocío, tras dos años de suspensiones. Algunas dan paz y esperanza a las almas y todas, alegría a los cuerpos y a la economía. Tal vez, el equilibrio resida en vivir una especie de alivio de luto colectivo, como cuando el riguroso luto antiguo se atenuaba, se quitaban los largos velos, en los negros trajes de las mujeres brotaban pequeños lunares blancos, los hombres se quitaban la cinta negra de la manga de la chaqueta y se salía a la calle no solo para ir al trabajo, a la compra o a misa.
No se debe olvidar que ayer 382 familias españolas y 30 andaluzas perdieron y lloraron a un ser querido. Pero tampoco se puede andar dos años sobre rastrojos de difuntos. Tiempos difíciles.
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Gracias, Errejón