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Su propio afán
Pedro Sánchez ha perdido el control. Está al albur de las ocurrencias (ya Puigdemont, ya Ione Belarra) de los que negocian con él. Piden en una barra libre de un crucero barato. Por eso, los que todavía confían en el resistente de su Manual de resistencia están sacando teorías conspirativas. Les comprendo: es desagradable la impresión de estar asistiendo a un suicidio en directo. Piensan que Sánchez, en el último momento, con un enésimo cambio de opinión, los engañará a todos.
Mis dotes proféticas no llegan a tanto, y no sé si es posible que Sánchez dé otro volantazo a un PSOE ya enloquecido con tanto giro. Negaban la amnistía, aplauden la amnistía como si estuviesen bailando la yenka, adelante, atrás, izquierda, izquierda, derecha jamás... Yo sólo profetizo una cosa: España no se romperá.
Esto es el día de la marmota. Hace casi un siglo, Millán Astray, fundador multimutilado de la Legión, pensó que la supervivencia de España pasaba por independizarse de las regiones díscolas. Unamuno, que andaba por allí, según cuenta Malraux en L’Espoir, replicó: “España sin Cataluña y sin las Vascongadas sería una España como usted, mi general: tuerta y manca”. Está uno con Unamuno en esto; pero el motivo de los dos caballeros era el patriotismo. Ahora, España no se romperá… por lo contrario.
Hemos visto lo que Sánchez está dispuesto a hacer por mantener el poder. La paradoja es tremenda: se pone sumisamente en manos del primer loco con unos escaños para mantener un poder nominal, que ya no es suyo, sino del loco. También vemos, en consecuencia, lo cómodos que están los nacionalistas en esta posición de superioridad, que es su primigenio sueño húmedo.
Ni uno ni otro conseguirían sus objetivos si esas regiones se independizaran. Electoralmente Sánchez tiene una oportunidad porque la derecha, que gana prácticamente en el resto de España, no araña un voto en Cataluña y en Vascongadas. El PSOE, mono de abstinencia, no puede desengancharse del PSC ni del pacto preferente con los nacionalistas. Y éstos necesitan, en lo político, la humillación del Estado; en lo económico, el trato preferencial y, en lo moral, que los políticos nacionales les postren al resto de la nación.
Seguirán estirándonos, como en el chiste de la invención del alambre, pero no romperán España. Con Unamuno nos alegramos, porque no la queremos ni tuerta ni manca, pero con Millán Astray estamos en que esto es insoportable.
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Gracias, Errejón