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Dicen algunos que en la ayuda y acogida española a los exiliados ucranianos hay un fondo de racismo. El primero a quien se lo oí fue el poco fiable Rufián. En sede parlamentaria criticó que, a diferencia de otras oleadas de refugiados, se haya activado una norma europea para acoger de manera ilimitada a refugiados que huyen de la guerra de Ucrania "porque son rubios y con ojos azules". No es cierto. Racistas hay entre nosotros, por supuesto, porque es un mal con el que se está acabando poco a poco y, como sucede con todos los males, pervivirá en latencia esperando que las circunstancias le permitan aflorar. Pero, afortunadamente, son cada vez menos y nada tienen que ver con esta ola de solidaridad.
Preguntado por Efe sobre esta cuestión el presidente del Movimiento contra la Intolerancia y secretario general del Consejo de Víctimas de Delitos de Odio, Esteban Ibarra, dijo que "no hay que ver, para nada, un sesgo racista, sino de empatía y cercanía: voy a hacer lo que me gustaría que hicieran por mí" añadiendo que se trata de "una solidaridad alentada por factores como la proximidad geográfica y la empatía social y cultural con los que huyen". Coincide con María Jesús Vega, portavoz del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados en España, que añade otros factores como la presencia masiva de periodistas en la zona informando día a día en directo, también provocada por la proximidad, "lo que no sucede en conflictos como Yemen, Siria o Afganistán", y la presencia en España de una importante colonia de ucranianos. Incluso da la vuelta al argumento racista confiando con optimismo en que esta ola de solidaridad ayude a "rebajar el discurso de rechazo al refugiado".
En el polo opuesto se sitúa la directora de la cátedra de Refugiados y Migrantes Forzosos de la Universidad Pontificia Comillas, Cecilia Estrada, que cree que sí existe un componente de racismo que "no ve que la humanidad de todas las personas es igual", como se demostraría en que ante la oleada de refugiados sirios los europeos "se echaron las manos a la cabeza, porque había que acreditar y documentar caso por caso", mientras que los ucranianos tienen reconocido por la UE el derecho a entrar sin necesidad de visado. Este argumento tiene un punto débil: ignorar el factor emocional de identificación por proximidad, no por raza. De ello, con razones y datos, me ocupo mañana.
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