Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
La esquina
No han sabido perder Irene Montero y Ione Belarra. Perder su condición de ministras, se entiende. Lo han hecho despotricando en público contra el presidente que las echa del Gobierno –casualmente, es el mismo que las nombró– y abofeteando a sus sucesores al traspasarles las carteras.
Montero, siempre tan intensa, hizo del relevo un espectáculo: despechada, rencorosa, entre lo patético y lo ridículo (que no sé lo que es peor). Adanista de condición y petulante por ignorancia, ha dado por hecho que Pedro Sánchez la expulsa del paraíso por su feminismo insobornable y que un Gobierno sin ella no podrá hacer políticas en favor de la mujer. Porque yo lo valgo, porque yo lo digo...
Todo es más sencillo. De las dos cosas que más desgaste han producido a Pedro Sánchez en la legislatura anterior, hasta hacerle perder las elecciones generales, una se debe atribuir exclusivamente a él mismo (los indultos, la despenalización de la secesión, el pacto con los independentistas), y la otra enteramente a Irene Montero( la ley del sólo sí es sí). Como al presidente ni se le ha pasado por la cabeza pedirse cuentas por lo suyo, sino todo lo contrario, o sea, mostrarse más cariñoso con los golpistas catalanes, se ha orientado al castigo al culpable de su deterioro electoral que le resulta más frágil, porque lo es. La ministra que, ayuna de sensatez y ahíta de ideología, puso en marcha una ley contra la violencia machista tan pésima que sacó de la cárcel o redujo las condenas de 1.200 violadores y agresores y que cuando la realidad le informó de estos efectos indeseados le echó la culpa a los jueces –presos del patriarcado, por supuesto– y cuando el partido mayoritario del Gobierno tuvo que corregirle la ley, sin que los abusadores beneficiados perdieran las rebajas ya conseguidas, ni lo apoyó ni se dio por aludida yéndose a casa tras un fiasco capaz de oscurecer las cosas que sí hizo bien en su ministerio (por ejemplo, la ampliación de la baja por maternidad).
Aparte del pataleo, a Ione Belarra a Irene Montero les queda poco margen de maniobra frente al ex socio que las echa. Una voz apenas audible ante los vozarrones de los otros aliados gubernamentales, una discrepancia puntual que no pondrá en peligro al presidente, una dificultad menor para aprobar los presupuestos y otras iniciativas. La jugada le ha salido casi perfecta a Pedro Sánchez y a Yolanda Díaz, cómplice ideal para la extinción de Podemos.
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