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Llenar la España vacía es lema común de todos los partidos. Hasta Vox, que va por su cuenta, pelea por el disputado voto del señor Cayo; a Santi Abascal le van los galgos, la caza y los toros. La España vacía se manifiesta, pero nadie en las ciudades protesta porque desee volver a los pueblos; es más, salvo para el descanso, nadie regresa. Y no será por falta de infraestructuras, los pueblos andaluces están bien dotados, bien comunicados y gozan de una calidad de vida mucho mejor que el de las ciudades, pero cómo ha contado Encarna Maldonado en estas páginas también pierden población. En la agrupación humana está la economía, por eso se congrega la gente en torno a las ciudades: por el empleo, la riqueza, el beneficio. La España vacía es un magnífico hallazgo semántico, pero su poder desproporcionado manda en estas elecciones. Ya lo dijo Alfonso Guerra, en España votan las hectáreas. A UCD le beneficiaba el voto rural castellano e impuso límites inferiores de representación que hoy no tienen sentido. Un escaño cuesta 20.000 votos en Ávila o en Segovia, 60.000 en Cádiz y 100.000 en Madrid, ¿de qué estamos hablando? Sin que estas pequeñas circunscripciones pierdan una representación mínima habría que o rebajar el número de escaños que eligen o fusionar provincias electorales: Javier de Burgos se queda antiguo.
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