Antonio Robles Morión

Ver a Dios. ¿Cuándo?

Tribuna libre

03 de abril 2015 - 01:00

NOS preguntamos constantemente si Dios existe, si nos espera con los brazos abiertos cuando terminemos nuestro periplo en este valle de lágrimas. Si nos pedirá cuentas y si será indulgente por nuestros hechos, por nuestros aciertos y errores. Si es un Padre amoroso y tierno que como al hijo descarriado que vuelve, manda a sus sirvientes a preparar una fiesta porque el vástago terrenalmente perdido regresa a casa del Padre.

Y como Santo Tomás, necesitamos verlo y tocarlo, apreciar su presencia, sentirnos esperanzados ante su contemplación. Que la misma nos sosiegue y nos calme, pues duro es y ha sido el vivir huérfanos, violentados, humillados y atormentados con nuestro duro pesar.

Hemos vivido la Semana Grande y las calles se han llenado del gentío popular queriéndolo ver. Buscando al Nazareno, al Crucificado, a aquél que dicen que es Dios hecho hombre. Ha sido un clamor -dirían unos-, otros en cambio lo llamarían una fiesta sin más. En ella Jesús, el Nazareno, ha hecho su entrada triunfal en Jerusalén. Aclamados por todos, vitoreados por todos con palmas y ramas de olivo. Pero no es cierto. Su entrada no es triunfal. El pueblo se equivoca. Su entrada es el principio de una derrota, la derrota que sufrirá como hombre. Será perseguido, burlado, detenido y flagelado. Y como a un ruin criminal, se le juzgará y será condenado a muerte en la cruz.

Y este gentío de hoy que lo celebra y venera, como el de ayer, volverá a pedir su crucifixión y preferirá que suelten a Barrabás.

Es la eterna contradicción. Queremos verlo y tocarlo. Necesitamos creer en él. Y a la vez nos desprendemos de él como de un vulgar ladrón.

Dónde entonces nuestra necesidad por creer y ver a Dios. Verlo y sentirlo. Buscarlo por las esquinas. Salirle al paso y extasiarnos ante su dolorida imagen de hombre humanamente roto y partido. Deberíamos volver la mirada, buscar en otros horizontes o no tan lejos, y quizá lo veamos en el cristiano que sufre, en el que está marginado y perseguido y que padece a imagen y semejanza del Crucificado. Y no en el oropel ni en la zaranda de una popular semana. Ni en una sociedad acomodaticia, insensible y ciega, muy en oposición a una iglesia que sufre, que es perseguida, escarnecida y masacrada y que al final terminará diciendo como Aquél: "Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado".

stats