Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Confabulario
Según vamos sabiendo, en los libros de Bachillerato ya no se explica quién era Platón, ni por qué son importantes Anaximandro o Nietzsche. Ahora lo que importa es saber que estos señores eran unos misóginos (verás cuando descubran que el mundo antiguo se sustentó en la esclavitud), de modo que ya podemos reprobarlos sin necesidad de estudio. En principio, uno pudiera pensar que esta nueva forma de censura carece de sentido. Y en buena medida es así, porque no resulta juicioso suspender en Informática a Pitágoras, cuando el buen señor no sabía de su existencia y tampoco se presentó al examen. Sin embargo, la precisa finalidad de esta deploración in toto del pasado no es solo fruto de una crasa y deliberada ignorancia. Se dirige, certeramente, a un estrecho control doctrinario del presente.
La historia de la Filosofía pretende explicar, junto a la evolución del pensamiento, las diferentes sociedades que lo hicieron posible. Nuestros nuevos doctrinarios, por contra, pretenden que sea Platón quien los comprenda a ellos. Esto nos lleva, naturalmente, a la refutación, a la criminalización de la historia de la Humanidad, excepción hecha del maravilloso presente, donde velan por nuestro espíritu los censores de hogaño. Chomsky presentaba este fenómeno bajo dos aspectos. "El problema de Platón", que invita a preguntarnos cómo hemos logrado saber tanto con tan pocos medios; y "el problema de Orwell", que se interroga sobre cómo ignoramos tantas cosas, a pesar del vasto acúmulo de conocimientos. El primero concierne a la noble aventura del saber y a su prolongada historia. El segundo, el de Orwell, al ámbito de la censura y a la distorsión ideológica. Esto es, concierne y delimita al problema que hoy nos aflige.
Si Nietzsche era un poco estrábico y andaba algo enamorado de Lou Andreas Salomé, que también cautivó a Freud y a Rilke, es algo que, desde luego, nos ayudará a comprender al hombre que escribió El nacimiento de la tragedia. Pero no explica ni la originalidad ni la grandeza de su pensamiento. Del mismo modo, Platón es crucial, no por sus amantes jóvenes, sino por la formulación escrita de una nueva visión del mundo. Con lo cual, recriminar el machismo de San Agustín tiene el mismo sentido e igual finalidad que deplorar la lascivia de Salomé o el desaseo de Diógenes. Esta finalidad no es otra -he aquí, en toda su pureza, el problema de Orwell- que establecer los lazos y apretar los nudos de una vasta y fenomenal mordaza.
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