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HABLANDO EN EL DESIERTO
LA suspensión, de momento, por la Audiencia Nacional de la apertura de fosas comunes de muertos republicanos en la Guerra Civil, ha parado por ahora la danza macabra y el juicio cadavérico de unos hechos trágicos que sucedieron hace 70 años y que ya estaban en la Historia. Los historiadores, y no los jueces ni los políticos, son los que tienen el trabajo de informarnos de lo sucedido entonces, con rigor, sin pasión y desde la distancia. Las fosas serán casi todas de cadáveres de republicanos porque las nacionales se abrieron poco después de cerrarse. De las exhumaciones saldrán restos de víctimas inocentes y de verdugos con mal sino, a los que no les dio tiempo de escapar. Las guerras civiles tienen un trágico inconveniente: las víctimas y los verdugos de ambos bandos son todos de la familia. Y una ventaja histórica: las naciones modernas se afirman y maduran cuando hacen la última y peor guerra civil.
Las guerras civiles no sirven para perpetuar regímenes políticos, sino para que de ellas salga, cediendo las partes, la manera de poder convivir pacíficamente en la casa común. Franco lo hizo a medias y no dejó el poder hasta su muerte, pero sí lo hicieron las fuerzas políticas y sociales a la muerte del general. Los conservadores liberales saben todavía mantener las distancias con la ultraderecha, mientras que la socialdemocracia no hace remilgos a la hora de aliarse con la izquierda residual y radical. Al pensamiento liberal no le hacen falta "ultras" para no dejar de serlo; pero a la socialdemocracia, que no es izquierda, le hace falta el toque radical para aparentar que no ha dejado de ser la verdadera y única izquierda. De esa necesidad nacen extravagancias, entre ellas la apertura de las fosas de la Guerra Civil y la limpieza de símbolos supuestamente franquistas, empeño político teatral dispuesto a confundir los huevos con las castañas.
La malhadada ley de Memoria Histórica, que tantos enredos y confusiones ha creado, es, hasta en el nombre, un error: la memoria histórica no existe ni puede existir; hay la memoria colectiva, que es la Historia, y las memorias personales, que, como su nombre indica, cada cual tiene la suya. El que se le quiera poner coto al removimiento de cadáveres en España me parece un signo de civilización. La ley ha dado pie a tales excesos por conveniencia política y la oposición no ha estado brillante en la defensa de que a los muertos se les deje en paz. Y no vale el argumento del entierro digno, porque el tiempo hace digna cualquier sepultura. Cuéntese el porqué de la guerra. A partir de ahí no hay buenos y malos, ni inocentes ni culpables: hay una nación dividida en dos que pagó demasiado cara su división, hizo virtud de la terquedad y se lanzó al abismo pensando que de la locura puede salir algo sensato.
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