Marco Antonio Velo
De Valencia a Jerez: Iván Duart, el rey de las paellas
La ciudad y los días
Escribía aquí hace pocos días que no se habían extinguido los ecos del asesinato de Claudia, 17 años, a manos de su ex pareja, 19 años, cuando saltó la noticia del menor de 15 años que asesinó a sus padres y a su hermano de 10 años. Por desgracia no se habían extinguido los ecos de estos asesinatos cuando supimos que Khawla, 14 años, había sido asesinada por un joven de 22 años con antecedentes por agresión sexual cuando tenía 15. Estábamos consternados por esta noticia cuando supimos que un menor de 13 años había apuñalado a un profesor. Noticias distintas con un denominador común de violencia extrema perpetrada o sufrida por menores, adolescentes y jóvenes. El número de adolescentes tuteladas y protegidas por casos de violencia de género ha aumentado un 26% respecto al año pasado. Y esta cifra es la punta de un iceberg cuya masa sumergida se desconoce. La pequeña Khawla no figuraba en esta lista.
En un breve lapso de tiempo un joven de 19 años asesina a su expareja de 17, un chico de 15 años asesina a sus padres y a su hermano pequeño, una menor de 14 años es asesinada por un joven de 22 y un menor de 13 años apuñala a su profesor. Podemos buscar explicaciones psiquiátricas, psicológicas o sociales. Y con toda seguridad estos factores son importantes. Pero hay otro más, y decisivo: la incapacidad para consensuar los valores esenciales que todos debemos compartir y el fracaso de la educación en ellos. Afortunadamente, vivimos en una sociedad libre. Por ello no debe olvidarse que sin responsabilidad no hay libertad y que sin educación en valores no hay responsabilidad.
Allá por 1978 dio que pensar (a quienes piensan) la publicación de Camino de servidumbre de Friedrich A. Hayek. En su capítulo El final de la verdad se dice algo sobre los totalitarismos que a lo peor ha sido importado a nuestras democracias por el desprecio hacia los saberes inútiles de las humanidades -y con él de la racionalidad crítica- y por el relativismo o el nihilismo consumista: "Para que un sistema totalitario funcione eficientemente no basta forzar a todos a que trabajen para los mismos fines. Es esencial que la gente acabe por considerarlos como sus fines propios… Esto se logra, evidentemente, por las diversas formas de la propaganda… Las consecuencias morales son la destrucción de toda la moral social, porque minan uno de sus fundamentos: el sentido de la verdad y su respeto hacia ella".
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