La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Cuarto de muestras
Te dicen no te engañes. No la pises. Estás a tiempo de rectificar tus futuros recuerdos. A tiempo de que no se perpetúe en la cabeza ese vértigo ruidoso de los cacharritos cuando niño o el olor extraño a polvo y a caballo y a fritanga y a calor y a fiesta. Si vas, no se te ocurra poner de tu parte, es para nada. No tengas voluntad de divertirte que, si no está para ti, es inútil que te empeñes en cambiar de caseta y buscar el momento que nunca llega. Eso dicen que es la feria, un momento, si llega.
No dejes correr tu imaginación ni detengas tu mirada en la mirada de nadie, que puede quedarse ahí para siempre. Te lo advierto. Lo que apenas se intuye se queda detenido y ya no lo puedes borrar y cada año que pases por esa misma esquina recordarás ese instante que ya a nadie importa, ni siquiera a ti, salvo al pasar por la esquina que volverá a quemarte los labios y la memoria.
No, no digas a mí la feria no me gusta ni, yo no sé bailar ni, menos aún, hoy quiero volverme pronto porque traicionarás a tus palabras sin apenas darte cuenta. No es que no tengas voluntad, es que no conoces tus propios deseos hasta que los tienes delante y se te ofrecen como un regalo envenenado. No le eches la culpa al vino que te hace mejor o a los amigos que te hacen feliz o a la luz que te ciega y te niega la hora de volver, que siempre te dirá que aún es pronto. Los relojes se disparatan en la feria, mejor no llevarlos, para qué.
Venga, di que sí, que vas a los toros a ver la faena que nunca llega, la del otro día que todo el mundo vio menos tú. Reconoce que ni tan siquiera te hace falta verla porque lo que te hace de verdad feliz y te emociona es ver triunfar al torero y que la gente lo aclame y que el arte se recompense con vueltas al ruedo que es lo que hacemos todos en la vida, girar para que nos reconozcan, nos premien o no.
Fíjate en los vencejos y aviones que mantienen su vuelo eterno, que jamás desfallecen ni faltan a su cita en primavera. Apenas se posan. Aprende como ellos a planear sobre la tarde, a acercarte a la belleza sin detenerte en ella ni destruirla, a admirarla en un vuelo abandonado. No importa que ya no estén florecidos ni el árbol del amor ni los naranjos.
A partir de cierta edad no deberíamos ir a la feria a desengañarnos. Deberíamos aprender a sobrevolar sobre su belleza y nuestros recuerdos, que, en verdad, es lo que hacemos sin saberlo.
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Gracias, Errejón