Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Obituario
EN la calle Pedro Alonso, en una casa típicamente jerezana del siglo diecinueve, con patio de montera, asesoría para los despachos del campo y jardín trasero, se ha terminado el año de luto. La señora de la casa preparó primorosa el Misterio que preside la entrada y tendió en una esquina del portal - para ayudar a María - las camisitas de organdí y pañales de hilo de Flandes que ella misma compró para el Niño Dios. En el principal, en la habitación, el señor de la casa acababa de entregar su alma el miércoles pasado, tras una vida de buen bodeguero, afectuoso esposo, cariñoso padre, abuelo amantísimo y cordial amigo de todos los que le tratamos y los que le conocieron.
Cuán querido fue Zoilo Ruiz-Mateos Jiménez - que no le escatimo el "de Tejada", mas como él decía eso era para las tarjetas de invitaciones y para los actos en el Solar de sus antepasados maternos, del que fue Alcalde Mayor una década- querido por tantos amigos como tenía y tiene de aquellos días - hasta hace al menos un lustro - en que cayó enfermo de la memoria. Días en los que con Charo su mujer, les recibía tan generosamente en la casa de Pérez-Luna, que a su suegro don José compró. A un Labrador jerezano, con mayúscula, a quien no dudaban los demás agricultores en hacerle una consulta o pedirle que mediara en una linde. Allí recibía el yerno - a ingleses y paisanos - con la alegría con la que hacía que allí se bebiera su vino joven o su brandy viejo y allí se procuraba la excelencia en el trato, en la simpatía y en la amistad.
De allí, de Pedro Alonso, salieron en los años sesenta del siglo pasado con su hija de meses y niñera, para vivir en Inglaterra, con el fin de aprender inglés y el comercio internacional del vino de primera mano, como hicieron siempre la mayoría de los bodegueros de la segunda generación en Jerez. Años de trabajo y esfuerzo, antes de conseguir el éxito y fortuna legítima. Luego de regreso, por su despacho y mesa pasaron durante otras dos décadas todos los que eran alguien en el comercio del Vino mundial: Harvey, Gallo, Christian Brothers, Gylbey, Torres, Suntory, Griñón, Vargas. Nadie se quedó sin su sonrisa y sus conocimientos del Vino español en general y jerez en particular, que compartió con los Profesores Berg, Íñigo, Jeff y tantos otros sabios. Ora a la caña de la nave de la bodega, ora a la caña de la nave goleta, transcurrió el resto de su vida, como recogían las revistas Harpers, Forges, Wine & Spirits, Sobremesa, Gourmet, y todas las que se preciaran hasta casi final del siglo pasado.
Los cascos de los caballos de aquellas fincas labradas en el Rincón Malillo, hace décadas que ya no suenan en la cochera de Pedro Alonso y los tacones de los botos de la venta del mojo de los hermanos Pérez-Luna - sus cuñados y amigos- hace tiempo que ya no cruzan el mencionado patio celebrando el éxito en la doma vaquera o el de alguna collera de lebreles o el de los tacones de baile de la señora de la casa, quien mueve las manos mejor que Pastora Imperio, a decir de Paco Laberinto.
El 31 los villancicos se habían parado en seco en la cocina; fue el último día de 2014, cuando murió un Capataz de Honor de la Bodega de San Ginés, que fue siempre cabal, modesto, generoso y solidario. Descanse en Paz.
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