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Tribuna libre
Jerez/NO sé, sinceramente, cómo empezar estas líneas. Cualquiera que haya tenido que escribir, en algún momento de su vida, sobre la muerte de una persona querida sabe lo difícil que resulta hacerlo sin dejarse llevar en exceso por la emoción y por los sentimientos. Y, por lo que, desde mi punto de vista, es mucho más difícil todavía: teniéndose que creer que la persona sobre la que se escribe ha, realmente, muerto. "La muerte es más inverosímil que la vida" escribió Borges. Así lo creo yo también por mucho que nos machaque contundentemente una y otra vez.
La noticia corrió por la mañana como la pólvora, incluso cargada de ese mismo olor a azufre al que el gran Luis Caballero estaba tan acostumbrado durante sus jornadas de campo. La verdad es que me cuesta escribir de él en pasado. Nos cuesta, como siempre sucede, aceptar la muerte. Desde estas líneas, mi recuerdo y afecto muy especial a su encantadora mujer, Elma, y sus tres hijos.
Hemos sido unos verdaderos privilegiados quienes tuvimos la suerte de haber tratado de cerca a Luis Caballero. Debemos reconocerlo. Huyendo de los tópicos sentimentalistas o ditirambos hagiográficos en que se incurre frecuentemente en estos casos, quiero dejar constancia en los medios de comunicación -para que lo sepan quienes no le pudieron tratar y, sobre todo, para las generaciones del futuro- que Don Luis Caballero Florido fue una gran persona, un gran empresario y un gran amigo de sus amigos.
El mérito de Luis Caballero no se limitó al hecho de haber impulsado, en tiempos difíciles, la empresa de la que era accionista y en cuya Presidencia tantos años estuvo, sino que -como buen empresario- asumió el riesgo de invertir con éxito en otros nuevos negocios vinculados siempre al mundo del vino. Este es el caso de la valiosísima Bodega Lustau (con marcas de primer nivel en EEUU, UK y Japón), de la Firma Europvin (radicada en Burdeos y de la que forman parte, entre otras grandes marcas del mundo del vino, las españolas Vega Sicilia y Rioja Alta), de la propia compra de las prestigiosas marcas y soleras de la Bodega Domecq (La Ina, Río Viejo, Botaina y Viña 25). Su filosofía era clara: mantener, en la medida de lo posible, la identidad diferenciada de los nuevos negocios como centros de beneficio, sin perjuicio de ajustarlos todos ellos a unas mismas coordenadas de gestión.
Fue un gran hombre de empresa, riguroso y exigente en todos los órdenes. Muy preocupado por la calidad de los productos y el control de costes tenía, al propio tiempo, una gran visión comercial y de marketing sabiendo que ésta es un área vital para este tipo de negocios. Persona muy apreciada por todo el personal y equipos humanos de su Bodega y de todo el sector de Jerez. Sabía escuchar y rodearse de personas valiosas y muy trabajadoras. Se llevaba bien con todas las organizaciones sectoriales. Era, en definitiva, una persona muy querida y apreciada por todo el mundo.
Firme defensor del valor de las marcas, también lo fue de la importancia de las propias Denominaciones y de la necesidad de unión del sector para superar las dificultades. Tenía algo muy importante aunque, lamentablemente, no muy frecuente en los tiempos que corren: altura de miras, visión de sector. Fue Presidente de ACES (Asociación de Criadores y Exportadores del Sherry), integrada en Fedejerez, desde donde, en los años en que se negociaba la incorporación de España a la CEE, desempeñó un muy significativo papel en la defensa de la Denominación frente al British Sherry.
Miembro destacado de la Gran Orden de Caballeros del Vino (fundada en Londres en el año 1984 para reconocer a las personas que han desempeñado un papel destacado en la promoción del vino español en el mercado británico), fue un gran defensor de Jerez, de sus Vinos y de su Brandy. Un firme defensor de la tradición y de la innovación. En pocas palabras, fue un gran Señor de Jerez.
Entre sus muchas cualidades -aparte de la del sentido del humor, tan importante en todos los órdenes de la vida- destacaría la sinceridad y la pasión que ponía en todo de lo que se ocupaba. Muy característica suya era la indignación indisimulada que le producían todos aquellos que -como se dice en esta zona- "no iban por derecho", aquellos que competían deslealmente en el mercado. Había que oírle lo bien que se despachaba cuando, cargado de razones, criticaba a quienes no actuaban con lealtad al sector. Era contundente. Y era consecuente.
En fin, era una persona inquieta e interesada por todo: por el mundo de las bodegas, de los negocios, por el campo, el medio ambiente, la cultura, incluso la política... Y, en todo y sobre todo, era un placer hablar con él. Un placer que siento vértigo voy a dejar de sentir…
Acabo de releer las líneas que he escrito y creo que no he sabido expresar en ellas toda la admiración, cariño y profundo respeto que he sentido y siento por Luis Caballero. Teníamos una importante diferencia de edad pero una sintonía que nos permitía intercambiar confidencias y opiniones como con muy pocas otras personas de Jerez he hecho. Nos veíamos muy a menudo. Le tengo que agradecer muchas cosas aunque, como siempre suele suceder, llegaré algo tarde. Bueno, en el fondo, yo creo que él bien sabía cuánto le apreciaba y admiraba. Pierdo un gran amigo a quien nunca olvidaré.
Por ello, en estos tristes momentos, quiero dejar pública constancia de los méritos que en él concurren -y de los que yo he sido testigo privilegiado- para pasar a la historia de Jerez como una gran persona, un gran empresario, un gran amigo de sus amigos y, por supuesto y como en él era de esperar, como un gran Caballero del Marco de Jerez.
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