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Tribuna libre
DICE la letra de Los del Río: “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. En esta ocasión, algo se ha muerto en el alma del amigo que queda y en el alma del genuino arte de nuestra tierra. Porque el flamenco acaba de perder a un aficionado cabal entre los cabales. Un acreditado aficionado que durante toda su vida luchó por engrandecer el legado cultural que atesoran nuestros barrios jerezanos. Divulgador incansable del sentir tan peculiar que se tiene en esta ciudad del cante, el toque y el baile.
Hace más de cincuenta años que Joaquín Rodríguez y un grupo de amigos, buenos aficionados al arte jondo, reunidos en el kiosco de Pepe Mateos, en el Parque del Retiro, tuvieron la brillante idea de crear la primera peña flamenca de la provincia, con el propósito de conservar, defender y dar a conocer con autenticidad la considerable herencia cultural recibida de los numerosos y célebres artistas que jerez aportaba y sigue aportando hoy día a la historia del Arte Flamenco. Así nació la reputada Peña Flamenca Los Cernícalos, que todavía, en nuestros días, sigue con auténtica pasión la incansable labor que emprendieron hace ya tantos años aquel grupo de ilusionados compañeros. Un trocito irreemplazable del alma de esa entidad fue nuestro amigo, ‘Juaquinito’, así le hemos llamado siempre cariñosamente todos los que le hemos tratado y compartido con el la misma afición.
Esa tristeza que nos hiere cuando muere una persona querida a la que admiramos, nos lastima ahora con fuerza en la ausencia de un amigo auténtico valedor de la cultura flamenca. Yo trabé amistad con él allá por los años setenta del siglo pasado, cuando me incorporé como socio a Los Cernícalos en el añorado local de la Estancia Barreras, junto a la desaparecida fragua de Tío Juane. Desde entonces vivimos en franca camaradería momentos irrepetibles al lado de grandes figuras y buenos aficionados que frecuentaban nuestra peña; donde trasegando unas copas de buen vino de la tierra surgía espontáneamente la tertulia con el argumento del cante, la guitarra y el baile, lo que daba pié para que los nudillos de alguno de los asistente comenzaran a marcar compás en el pequeño mostrador y a renglón seguido surgía el cante y el acompañamiento de algún enamorado de la seis cuerdas -muchas veces el propio Joaquín- que echaba manos de la guitarra provocando una auténtica y espontánea reunión de cabales.
Al calor de esas reuniones surgían novedosas ideas relacionadas con el flamenco. Fue ‘Juaquinito’ uno de los creadores de aquel Certamen Internacional de Guitarra organizado por la peña en 1972, concurso apoyado por un plantel de profesionales de primera línea que actuando como jurados supieron dotar al evento de gran categoría y prestigio, siempre con el certero consejo y tutela del maestro, Manolo Sanlúcar, a la cabeza. Por su escenario pasaron muchos de los grandes guitarristas que hoy enriquecen esta música incomparable, haciendo que su eco llegue a todos los rincones del mundo. Fue una cita cultural que Jerez, otra vez más, sea por falta de ayudas institucionales o por desidia de las entidades públicas no ha sabido o no ha querido mantener a pesar del trabajo y sacrificio llevados a cabo año tras año por la entidad organizadora. Un evento que ha servido como modelo para que en otros puntos de nuestra geografía tomen buena nota y lo lleven a cabo con el éxito que se merece.
Nuestro desaparecido amigo Joaquín siempre fue un adelantado a la hora de aportar ideas novedosas, desarrollarlas y trabajar intensamente hasta conseguir llevarlas a cabo, tanto para promocionar como para proteger el tesoro tan valioso que nos han legado nuestros predecesores. Yo, en particular, le debo mucho de lo que he aprendido y gozado con este arte tan singular que tenemos la suerte de vivir en nuestra ciudad. ¡Gracias, ‘Juaquinito’!, por haber compartido conmigo tu amistad, inquietudes y conocimientos flamencos. Espero que donde estés sigas cantando y acompañándote con la sonanta, como muchas veces hiciste en aquellas reuniones improvisadas que tanto disfrutábamos en la peña.
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