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Podemos escribir, y que nos las publiquen, estos días todas las odas a la libertad individual que consideremos oportunas, justas y necesarias. Tendremos el éxito casi asegurado si mediante el uso correcto de la gramática, con una sintaxis mínimamente aseada -esto no siempre es así-, nos exhibimos defendiendo el principio más valioso, nuestra propia libertad, la de cada uno, pues de esta manera, al hacerlo, nos señalaremos como paladines de la libertad de los demás (aunque nadie nos lo haya pedido). Y es muy probable que cosechemos el aplauso. Hay quien sin ser futbolista ni torero no puede vivir sin él.
Porque se da por hecho que cuando hacemos algo así es por ese motivo. ¿O no? ¿O acaso estamos defendiendo sólo la libertad del ciudadano cuya foto, nombre y apellidos están en el DNI que llevamos en la cartera?
Algo de eso hay.
El momento es propicio para la defensa de tan sagrado precepto: la libertad de cada uno. Pero se enfoca y se hace con un solidario plural al tiempo que se guarda la distancia de seguridad para no dar la imagen de que se está reivindicando un trasnochado colectivismo. Nos enteramos así, por ejemplo, de la agresión a su libertad que sufre una otrora popular cantante por no poder salir estos días a comprar su esmalte de uñas preferido -situación que ve extrapolable a la de cualquiera de sus enclaustrados compatriotas-, y del borreguismo que detecta un juez bilioso en el "pueblo" que adocenado ha renunciado a la libertad de cada uno de sus individuos -pero que, ojo, algún día "se levantará"-, y de la soflama mesiánica de un célebre -por nuestra culpa, por nuestra culpa, por nuestra grandísima y única culpa, la de los medios de comunicación- médico que llama a rebelarse contra el estado de alarma en otro de esos fogosos cantos a la libertad.
La trampa es antiquísima. Se hace ver a los demás, buscando su complicidad, que el modelo y el estilo de vida de toda una sociedad están gravemente amenazados, que la libertad de todos corre un grave peligro, cuando lo que ocultan es que ellos sienten que es su estilo y su modelo y por lo tanto su libertad -la idea que tienen de ella para su exclusivo disfrute- lo que no predomina. Le dan la vuelta como a un calcetín al viejo eslogan: su libertad empieza donde acaba -o peor, no empieza nunca- la de los demás.
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