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Hay una Andalucía en peligro de extinción. Lo bueno, lo malo y lo regular que centra la atención política o periodística del día a día se refiere casi siempre a un espacio de terreno muy reducido y sólo a una parte de la población. El progreso económico, las inversiones y hasta las carencias de los servicios públicos que señalamos afectan sobre todo a quienes habitan en las ciudades, en las áreas metropolitanas y en el pujante litoral. Una radiografía de las zonas rurales, sobre todo aquellas que cada día que pasa pierden más población, nos daría un resultado muy distinto, pero todo eso es otra Andalucía, la que queda fuera de la foto.
Más de la mitad de los municipios de esta Comunidad están en riesgo de despoblación. Nada menos. Y hay provincias como Granada o Almería, con casi el 70% de las localidades en esa tendencia menguante, donde es alarmante el riesgo de transformar comarcas enteras en vestigios de un tiempo pasado y otro modo de vida. Ya son algunos de ellos lugares pintorescos en los que desembarcan cientos de turistas en bus para largarse al final del día. En la mayoría de los casos, ni eso.
Las administraciones están haciendo algunos esfuerzos, como los beneficios fiscales para los habitantes de localidades con menos de 3.000 habitantes. Se pueden ahorrar impuestos en la compra de vivienda o deducir por cada hijo nacido. Pagan menos, pero ¿y los ingresos? Nadie se instala en un pueblo o se queda en él por reducir su declaración de la renta si no tiene unas rentas que le permitan vivir igual o mejor que en otros lugares florecientes. Explicaba Juanma Moreno en su discurso de final de año que el 60% de todas las inversiones extranjeras que llegan a Andalucía están vinculadas al sector de la energía. Esto es una gran noticia en algunos lugares, pero traducido al idioma de zonas despobladas, es la siembra generalizada de placas solares y molinos de viento, que poca mano de obra requieren sobre el terreno.
Los datos del padrón no hacen más que confirmar año a año la tendencia, pero no hay alarmas ni sensación de urgencia alguna entre la clase política, que es la que puede ponerse manos a la obra de verdad para cambiar el curso de la historia de Andalucía, abocada hoy a perder esa riqueza y sus contrastes que la hacen (o la hicieron) tan diferente del resto del mundo. Desde nuestras ciudades o nuestras modernizadas localidades costeras cada día nos parecemos más a cualquier otro lugar conocido. Como las familias felices.
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