Manuel Romero Bejarano

El ángel del monumento

El museo imaginario

26 de octubre 2008 - 01:00

..Y POR MONTERA, UN CABALLO Y ENCIMA PRIMO RIVERA, PRIMO RIVERA.

El panorama de la escultura en el Jerez contemporáneo es desolador. Durante el XIX la Iglesia, a causa de las desamortizaciones, perdió toda la capacidad económica de los siglos anteriores y apenas si encarga obras. Por extraño que pueda parecernos la boyante burguesía bodeguera tampoco se explayó solicitando trabajos a los escultores, inclinándose más por la pintura. A excepción de las piezas de la fachada del Recreo de las Cadenas, del francés Charles Lebourg, y de la obra de Augusto Franzi, entre la que destaca el busto de Rafael Rivero que se encuentra en el centro de la plaza homónima, apenas si hubo desarrollo de la escultura en la ciudad.

Durante el XX aumentó de forma escandalosa la producción, si bien la calidad bajó hasta límites insospechados. Durante las primeras décadas de la centuria las principales obras llegaron desde fuera, como el rancio monumento a Pedro Domecq de la Alameda Cristina (del correcto pero insulso Collault Valera) o el monumento a Primo de Rivera, al que dedicamos este artículo. El resurgir de las hermandades de penitencia a partir de 1939 llenó Jerez de figuras de madera policromada de amplia devoción y dudoso gusto. Ahí están las imágenes seriadas de Castillo Lastrucci y Eslava, los horrores de los Chaveli y las bizarrías de Ortega Bru, al que al menos hay que reconocerle el mérito de querer hacer algo diferente. Por otro lado a partir de los cincuenta la escultura urbana comenzó a proliferar, hasta el punto de que a finales del siglo se llegó a una vorágine que tan sólo se ha frenado en los últimos años. Las calles y plazas se han visto inundadas de estatuas de muy diverso pelaje y, por lo general, de escaso valor artístico. Sirvan como ejemplo (y que conste que sobre éste asunto se podrían escribir varias tesis) el inexplicable monumento a la Asunción que oculta a la vista la fachada del Cabildo Antiguo, el catetísimo monumento al caballo de la plaza homónima o las mil y una esculturas delirantes que pueblan las rotondas patrias. Quizás lo único que podamos salvar de la piqueta sea la obra de Francisco Pinto, excesivamente clásico en sus primeras piezas pero que fue incorporando poco a poco a sus obras avances estéticos que le hicieron sobresalir en una ciudad que en cuestiones artísticas llevaba décadas de atraso.

Hoy queremos hacer mención de una de las pocas esculturas públicas de calidad existentes en Jerez. En 1923 el jerezano Miguel Primo de Rivera daba un golpe de estado y se hacía con el gobierno de España. Pese a que los seis años que estuvo en el poder no fueron especialmente buenos para el país, nuestra ciudad adoraba al dictador, pues se volcó con el pueblo que le vio nacer. Durante su mandato vino varias veces desde Madrid (en una época en que un viaje de este tipo no era tan fácil como hoy) trayendo incluso a Alfonso XIII y al Consejo de Ministros, como sucedió durante la coronación de la Virgen del Carmen en 1925. Cuentan que cada vez que venía mandaba que en varios puntos de la población se repartiese pan gratis a quien quisiera y que todas las papeletas de empeño que había en ese momento en el Monte de Piedad quedaban liberadas por la voluntad del general. Populismo puro, pero para los ciudadanos de a pie que calzaban alpargatas y comían ajo caliente Jerez era una fiesta. La ciudad sombría de los caciques vio cómo se levantaba una suntuosa estación de ferrocarril y un magnífico teatro (el Villamarta) digno de la capital del reino. La Cartuja era restaurada y resurgía de sus cenizas, las calles se empedraban, las fachadas se adecentaban… Era un orgullo ser jerezano y en parte se lo debían a Primo de Rivera.

1929, el principio del fin. Un grupo de potentados, con el beneplácito del Ayuntamiento, decidió honrar al benefactor de la urbe con el mejor monumento posible para colocarlo en el sitio más destacado del viario: la plaza del Arenal. El elegido, el que era considerado el mejor escultor de España en ese momento, que no era otro que el valenciano Mariano Benlliure. Arriba a caballo, Primo de Rivera. Atrás, una matrona en representación de la abundancia y delante una de las esculturas contemporáneas más bellas de Jerez. Ni mujer, ni ángel. Se trata de una victoria alada tomada de la mitología clásica. Siglos de experiencia en la perfección técnica. Ecos del barroco italiano en los voluminosos ropajes. Grecia en el rostro de nariz recta y ojos almendrados, en la sonrisa insinuada. La modernidad en el cabello abocetado, en las alas que empiezan a disolver sus formas. El triunfo de un militar que en esos momentos ya estaba acabado. En la izquierda un aparatoso casco. En la derecha, en alto, un manojo de hojas de laurel. La cabeza de un león, guirnaldas y grandes chorros de agua.

El ángel del monumento está a punto en emprender el vuelo y gritar a todos las glorias del general. Vencedor en África. Pacificador de España. Adalid de la prosperidad. 1929. Pronto terminó la fiesta. Algo en el gobierno de Primo de Rivera no fue tan fantástico como nos cuenta el monumento y el dictador dejó el mando de una nación que acabaría por sumirse a los pocos años en una terrible guerra civil. Enfermo y desautorizado por el rey que años antes le había apoyado, el vencedor de los vencedores, el mejor de los nacidos huyó sumido en la amargura a París, donde según cuentan murió envenenado. Demasiados errores, demasiados enemigos.

La victoria quedó ahí clavada, a punto de emprender un vuelo que nunca llegó. Su pierna izquierda, atrasada para tomar impulso, quedó inmóvil. Ya no había próceres a los que vanagloriar. Pasaron los años y la plaza del Arenal vio pasar a mucha gente, a otros héroes y otros patanes que manejaron la historia. Pronto el monumento dejó de tener significado para la población y quedó como vestigio de la memoria de un tirano poco conocido que mimó a su pueblo natal en la noche de los tiempos. Hoy las palomas se encargan de recordarnos lo vano de la gloria terrena y día tras día cubren de inmundicia uno de los símbolos más bellos de Jerez.

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