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La ciudad y los días
Silencio en la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles. Hoy, en su día, y siempre. Todos y cada uno de los días del año. Todos y cada uno de los muchos siglos que esta corporación atesora. Qué importante es esta isla de silencio en medio de la agitación de la ciudad, de la ronda y, también, de nuestra Semana Santa. “Al Señor se le conoce en su silencio”, escribió San Ignacio de Antioquía. “El silencio es capaz de abrir un espacio interior en lo más íntimo de nosotros mismos, para hacer que allí habite Dios”, escribió Benedicto XVI.
“El silencio custodia el misterio. Siempre me ha impresionado el encuentro del Señor con Elías… Estaba en el monte, y cuando lo vio pasar el Señor no estaba en el granizo, en la lluvia, en la tormenta, en el viento… El Señor estaba en una brisa suave. En el original se usa una palabra bellísima, que no se puede traducir con precisión: estaba en un hilo sonoro de silencio. Un hilo sonoro de silencio: así se acerca el Señor, con la sonoridad del silencio que es propia del amor”, dijo el papa Francisco en su homilía del 12 de diciembre de 2013, que concluyó así: “Esta es la música del lenguaje del Señor. Nosotros, preparándonos para la Navidad, tenemos que escucharla. Nos hará bien, mucho bien. Por lo general la Navidad es una fiesta con mucho ruido. Nos hará bien un poco de silencio para oír estas palabras de amor, de tanta cercanía, estas palabras de ternura”.
Si la Navidad se ha llenado de ruido, ¿qué decir de nuestras cofradías y nuestra Semana Santa? Ruido, desmesura, hipertrofia procesional fuera de las fechas que le son propias, banalidad, reducción a espectáculo cada vez más vacío de devoción, sentimiento y sentido. Dije en mi pregón: “El Cristo de la Fundación, carne amoratada y muerta, nos llega entre faroles fúnebres. Tiene el nombre exacto, porque con su presencia funda el sentido del tiempo que inaugura… Avanza dando lecciones de tinieblas, diciendo a quien quiera oírlo que se ha acabado el tiempo de la gracia superficial, porque esta noche es la de la cena de la Pascua, el sudor de sangre entre los olivos, el prendimiento a la luz de las antorchas, los tribunales, los mantos púrpuras y las coronas de espinas. En torno al Cristo de la Fundación la fiesta sagrada ha dejado de ser fiesta. Ya sólo es sagrada”. Que Él y su franciscana madre, la Reina de los Ángeles, custodien este hilo sonoro de silencio que tanto necesitamos.
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