Quizás
Mikel Lejarza
¿Pueden pensar la máquinas?
Su propio afán
Durante varios años, siguiendo un consejo vivísimo de mi abuelo, llevé un diario personal. Fue lo mejor que hice. Que “una vida sin examen no merece la pena de ser vivida” lo había advertido Sócrates, y yo, cuando llevaba el diario, a diario lo comprobaba. Por la noche lo escribía, y volvía sobre mis pasos con cierta sorpresa… muy sorprendente, si tenemos en cuenta que no habían pasado doce horas, y ya me iba olvidando. Pero el momento más feliz de llevar un diario era hoy, la última tarde del año. Me encerraba en mi cuarto y leía de un tirón todas las páginas de ese año.
¡La de cosas que había vivido y de las que no tenía ni idea! Llevar un diario es levantar acta de que la vida de cualquiera es una novela (y de aventuras, ni siquiera costumbrista). Y, en especial, acta de la generosidad de la gente: los favores que te hicieron, la piedad que tuvieron para otra tontería tuya, los ánimos que te infundieron o el hombro que te ofrecieron para que les llorases un poco. Leía y alternaba la lectura con la escritura de whatsapps. “Aquí estoy acordándome de aquella mañana de abril en la que me avisaste…”, y así.
Esto lo escribo con nostalgia. Este año no he llevado el diario. Releí, en cambio, la novela En lugar seguro de Wallace Stegner, donde el protagonista lamenta, como yo esta tarde, no haber escrito un diario en los años en que daba clases, gestaba una novela, hacía reseñas semanales, montaba un manual de literatura contemporánea y criaba a una hija. El personaje se dice: qué interesante me resultaría leerlo ahora, sí, “pero llevar un diario entonces hubiera sido como tomar notas mientras se bajan las cataratas del Niágara en un tonel”. Yo no diría en un tonel, sino en una bota, pero lo de las cataratas lo dejaría tal cual. No dio para las notas.
Tengo que conformarme con repasar mis movimientos en los inquietantes resúmenes de Google Maps, que me informa de que he estado en sitios inesperados, y con saber que habrá un montón de detalles y de muestras de cariño que se han quedado (espero) en el fondo de mi subconsciente, pero que ahora mismo, ay, ni idea. Qué lástima, con lo bonito que es agradecer…
Como compensación, ya tengo hecho el propósito del año nuevo sin trabajarlo apenas. Además, claro, de adelgazar, me propongo volver al diario. El 31 de diciembre del año que viene (esto irá tan rápido –en cascada– que no tendremos que esperar casi nada) os contaré si cumplí.
También te puede interesar
Quizás
Mikel Lejarza
¿Pueden pensar la máquinas?
La ciudad y los días
Carlos Colón
Ofender a los cristianos es rentable
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
El precedente de Jaén
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Gordos y estampitas
Lo último
Tribuna Económica
Carmen Pérez
Los gastos navideños y sus pagos
El parqué
Avances al inicio de 2025
La tribuna
Un rey excomulgado dos veces