Año horrible, pero él sigue

La esquina

Más de un gobernante democrático se habrá planteado, en algún momento de su mandato, abandonar voluntariamente el cargo ante la dureza, intensidad e incluso crueldad de la lucha política. Seguro que se han tomado días de reflexión íntima para decidir si merece la pena seguir o es mejor abandonar el poder (tan atractivo, por otra parte). Nada más humano.

Lo que no ha hecho ninguno es anunciarlo. Han pensado seriamente, debatido con la familia, quizás con algún consejero o amigo de más confianza, sopesando razones y consecuencias, hasta tomar la decisión personal. Si ésta fuera la dimisión, la anunciaría al país y pondría en marcha los mecanismos del relevo; si fuera la continuidad, no haría públicas sus dudas, se las guardaría quizás para sus memorias.

Pero Pedro Sánchez es único. Pertenece a otra galaxia, juega en otra liga. Hace un año comunicó a todos los españoles que se tomaba cinco días de asueto para meditar si le merecía la pena seguir como presidente del Gobierno “pese al fango en el que la derecha y la ultraderecha pretenden convertir la política”. Cinco días de vacaciones por asuntos propios, como si dijéramos. Tan propios como que su motivación última era estar profundamente enamorado de su mujer , víctima del fango, al parecer, pero no tanto como para recluirlo en el ámbito privado sin convertirlo en un problema nacional. Que fue lo que hizo.

Transcurridos los cinco días de libranza autoconcedida, el presidente anunció la decisión que había tomado de antemano: seguir en la Moncloa. “Gracias a la movilización social”, dijo, consistente en 12.000 militantes chillando concentrados en Ferraz y unos miles más en toda España, frente a cuarenta y tantos millones de españoles que no movieron un dedo para que él siguiera. En cuanto al fango, prometió un plan de regeneración democrática del que, un año después, se sabe tanto como de los planes de construcción de viviendas.

Un año más tarde, su mujer continúa siendo investigada por cuatro presuntos delitos, a su hermano le pasa lo mismo por algo relacionado con un presunto enchufe, su ex número dos en el PSOE anda más que pringado en un escándalo de corrupción típico de la peor política y su Fiscal General –¿de quién depende?– gana cada día papeletas para sentarse en el banquillo del Tribunal Supremo. Y a todo esto, con una mayoría parlamentaria hecha trizas.

Un año horrible, sí. Pero él sigue.

stats