Línea de Fondo
Santiago Cordero
Xerecismo
Descanso dominical
No estamos hechos para las despedidas. Ni siquiera para las que forzamos nosotros mismos, aquellas que son pretendidas y voluntarias, las que nos recetaremos un día buscando alivio y sin reparar quizá en que los analgésicos también tienen efectos secundarios. Cualquier despedida es una ruptura que, aún siendo para bien, se lleva por delante un pedazo de nuestra propiedad privada. Algunas veces casi no deja marca, pero en todas ellas, las hay de muchas clases, decir adiós supone firmar un final. Y, aunque en ocasiones basta un chasquido para resolverlo, se han dado casos en los que una vida entera no es tiempo suficiente para aceptarlo. Nunca se está preparado si tienes que admitir que un adiós es para siempre.
En poco más de dos días se marchará irreversiblemente este 2024, pero llegados al último acto del año ocurre algo bien diferente. No cuesta tanto digerirlo porque literalmente no hay tiempo para despedidas, no hay chance, como dicen en Hispanoamérica, para llorar o celebrar la ausencia. Ni el reloj de la Puerta del Sol, ni el del Gallo Azul, ni el de tu móvil, ninguno faltará a su cita con la medianoche del 31 de diciembre en la que estamos a punto de desembocar y, cuando apenas hayas terminado de engullir la última uva, cuando aún esté flotando en el aire el eco de una campanada furtiva y haya alguien cerca de ti que ya esté peligrosamente armado con un matasuegras y una botella agitada, te habrás dado de bruces con un año a estrenar y los doce meses anteriores quedarán sepultados automáticamente bajo toneladas de brindis, abrazos, emoción y muchos deseos compartidos de felicidad y buena suerte. A partir de ahí -no importa si el que se va fue bueno, malo o regular- solo tendrás ojos y anhelos para el año nuevo y le pedirás, sobre todo, salud; y que no te falte nadie, que se multipliquen las buenas noticias, que siempre haya un amigo esperando en La Moderna y que los besos de tu casa sigan siendo besos de paz y miel. Y, si es posible, que el sueño no se interrumpa por las noches, que los sueños no se agoten durante el día y que esté esa mano a la que agarrarse para viajar una vez más, aunque sea sin moverse del sitio.
Un fin de año no es precisamente una despedida sino todo lo contrario. Podría ser de hecho el área de llegadas de un aeropuerto, donde todo el mundo tiene una esperanza en la mirada y entre los labios, donde todo está a punto de comenzar de nuevo. En apenas un par de días, como en aquella canción de Mecano, los españolitos haremos por una vez algo a la vez y no será un adiós sino una bienvenida. Feliz 2025
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