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Sostengo, como el inefable Pereira de Tabucchi, una delirante teoría, fruto exclusivo de mis elucubraciones noctámbulas, según la cual la Humanidad se divide entre quienes fueron influidos en su más tierna infancia por los edulcorados dibujitos animados de Walt Disney y quienes, afortunadamente, lo fuimos por el realismo irreverente de los de la Warner. Nos guste o no, nuestra vida, más que como la de las princesitas tiquismiquis de zapatitos de cristal, recuerda a los fracasos del Coyote frente al Correcaminos. Y el cascarrabias del Pato Lucas gritando a Bugs Bunny su emblemático "eres despreciable", nos representa infinitamente más que los alegres enanitos que van cantando tan felices a picar a la mina como si fueran pequeños clones de Antonio Molina.
Y abundando en ello, pues son más los ¡ay! y los ¡uy! que los ¡olés!, la sublimación de ese fenotipo warneriano se concreta en el ser Atlético. Y no me refiero a aquello de la morfopsicología de Kretschmer, sino a la inspiración que insufla a sus seguidores esa divina institución que acaba de cumplir ciento veinte años y además de darnos penas y alegrías, siempre en ese orden, nos fortalece el corazón, enseña a vivir y a aceptar la derrota, imprime carácter y crea personalidades realistas, emocionadas, sufridoras, resistentes y profundamente humanas: el Atlético de Madrid. Nuestro Atleti.
Ensayar una breve ontología del ser Atlético no es tarea baladí. Es muy complejo entender cómo puede elegirte. Y más aún, cómo asumes que los finales felices son para farfollas y miramelindos. Porque si hay algo absolutamente sublime en la esencia del ser colchonero es cómo transforma la derrota en fe para empezar de nuevo. Ganar siempre, incluso casi siempre, es, como toda rutina, absolutamente vulgar, amén de aburrido. Y además, coadyuva en el reblandecimiento de meninges de las que germinan mentes pueriles. La vida es como una película de espías. Exige emoción, sorpresa, tensión, dolor, miedo y en ocasiones, cuando está de Dios, nos regala la alegría de la victoria sobre los malos. La grandeza está en levantarse y volver al combate después de recibir el golpe que te hace besar la lona. El ser Atlético está imbuido de realismo. La norma es sufrir y pasear por el infierno como costumbre para tocar el cielo sólo de vez en cuando. Como la vida misma. Por eso, ¿qué son ciento veinte años? La infancia de una eternidad deslumbrante. ¡Aúpa Atleti!
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