Desde la espadaña
Pintar la Navidad
Por montera
Decía Arturo Pérez Reverte que no hay animal más peligroso que una mujer herida. Quizá lo sostenga para ilustrar una apasionante trama trágico-amorosa en alguna novela. Pero son muchas más las mujeres, quienes como grandes señoras que son, eximen a sus propios adúlteros con el silencio. En el caso de Bárbara y el Rey, quienes ante las evidencias mantuvieron durante años una larga relación amorosa y por los audios publicados, no ha sido, ahora, la ex vedette la única responsable de su difusión. Vayamos por partes: en orden cronológico ha sido su hijo Ángel Cristo, quien, por motivos absolutamente personales y derivados de una nefasta relación con su madre, ha decidido vengarse de ella al vender las fotografías a una revista holandesa. Seguimos en un ámbito estrictamente familiar sin interés político. La segunda parte se ha desencadenado al fragor de la libertad de la que disfrutan los medios para publicar conversaciones al objeto de buscar si en ellas hay secretos de Estado y corruptelas fiscales. La amante somete al Rey a una serie de preguntas con la aparente pretensión de revelar secretos del 23F o ETA. Y ahora empiezan las preguntas: ¿Quién y por qué se pergeñaron esas grabaciones? ¿Por qué se publican ahora esos audios que nadie destruyó? ¿Su contenido cambia pasajes de nuestra historia? Quien se asuste de ver algo que ya imaginábamos quizá deba mudarse a un convento. Sobre la segunda tramposa grabación en la que la vedette “interroga” en aparente en connivencia con terceras personas para “acabar con el Rey”, su contenido es, hasta lo conocido, irrisorio. Por lo tanto, estaríamos solo ante un caso de lío de faldas muy mal gestionado. Los líos de faldas son problemas íntimos, privados y que han de ser gestionados con las familias. Al rey se le requiere ejemplaridad institucional, pero es un hombre, no un papa. Este tema está prescrito porque ocurrió hace más de treinta años, porque él abdicó, fue desterrado y no precisamente por sus líos amorosos, porque vive fuera del país que contribuyó a construir con el éxito del que gozamos, aunque su labor se esté eclipsando. Es un tema de nefasta mezcla y resultado: es la venganza por la que ahora quiere seguir viviendo el heredero herido, y no es solo una mujer. Si alguien acaba en los tribunales es quien haya facilitado la captación y posterior publicación de escenas íntimas en ámbito privado sin trascendencia política sino personal. De lo otro, ya se han hecho las cuentas.
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