Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Quousque tandem
Andan los radicales esparciendo la idea de que hay que dar la batalla cultural. Algunos, de un modo más belicoso, sobre todo en la extrema derecha, hablan abiertamente de guerra cultural. Fundamentalmente porque creen que van perdiendo la supuesta contienda y en razón a ello han de redoblar esfuerzos. Ni el término, ni el concepto, son nuevos. Bismarck libró su propia Kulturkampf contra la Iglesia Católica en la Alemania del II Imperio. Y en la década de los setenta fue la Nouvelle Droite francesa y después el Front National quienes reavivaron el ultranacionalismo, sacando a paseo a Juana de Arco con el mismo indecente descaro que aquí se recurre a Blas de Lezo.
Se dirigen a las tripas del electorado -si lo hicieran a la razón no conseguirían nada- y centran el debate social en unos cuantos asuntos, lógicamente polémicos, que creen vitales para que pueda triunfar su concepción única y monolítica de la sociedad. La estrategia está trufada de medias verdades, falsedades y mentiras. A todos nos han llegado videos de actos ocurridos en Dios sabe dónde, pero localizados por el remitente tres calles más abajo de nuestra casa. De ese modo se polariza la sociedad, se consolida el voto de esa capa social inmovilista y reaccionaria que existe en todas las latitudes y se centra la culpabilidad de los problemas en determinados grupos sociales, políticos o económicos, dibujados sin precisión pero claramente identificables. Fueron los judíos y los masones en su tiempo y hoy son los capitalistas, los progresistas, los liberales, los inmigrantes, los urbanitas y al final, los demócratas. Lo vimos en el deplorable asalto al Congreso de los EE.UU. y lo seguimos viendo hoy en España y en la campaña electoral de Andalucía. El objetivo, en definitiva, es alcanzar la hegemonía ideológica, en un término acuñado por el marxista italiano Antonio Gramsci. O dicho con menos circunloquios, obligarnos a pensar lo que ellos quieren.
No hay nada más alejado de una democracia que imponer una idea determinada como algo incontestable. Sin libertad de opinión, religión, creencias y pensamiento no existe la sociedad libre a la que debemos aspirar. Las ideas no se imponen, se debaten y comparten. El objetivo final de una sociedad de hombres libres e iguales ha de ser el de convivir en paz, no el de enfrentarse artificialmente por asuntos que, en muchos casos, corresponden a la esfera individual. Lo contrario es dictadura.
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