La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Tribuna Cofrade
Jerez/La imperturbable monotonía del encierro contrasta con los colores de la primavera y constriñe la vida para la que fueron levantadas las ciudades. El desamparo de las calles intransitables azuza los sentidos y deja raídas las ilusiones que no serán. En este abandono, la soledad peregrina del Papa conmocionó al mundo hace una semana. Un anciano tan santo como mortal que, exhausto pero decidido, cruzó la Plaza de San Pedro bajo la lluvia. Y allí, como el Moisés del mundo presente, impartió una soberana lección de liderazgo que las generaciones actuales tardaremos en olvidar.
La vulnerabilidad del Vicario de Cristo en la irreconocible tibieza de la Plaza de San Pedro fue vencida por la Palabra del Hombre que tiene a Dios de su mano. La oscura mancha de una incipiente noche romana contrastaba con la luz del estrado donde se llevó a cabo la primera parte de la ceremonia. Un ¡no tengáis miedo! rotundo vibró más tarde en la boca de quien, minutos antes, había caminado sobre las piedras de la inhóspita plaza. El Santo Padre se mostró frágil y humano para, más tarde, enaltecer a Dios por medio de su autoridad como sucesor de Pedro.
La prédica. La adoración al Santísimo. La bendición a la ciudad y al mundo. Y otra vez la soledad. La del Papa y la del fiel. La de Dios y la del hombre. La soledad de San Pedro del Vaticano en la jerezana Capilla del Humilladero. Ayer, llegada la medianoche, las puertas de Las Angustias no se abrieron. La capilla no compartió su intimidad con la plaza ni la plaza prestó su oración a la capilla. Tampoco la Virgen se quedó sola y a nuestra altura esperando el beso de sus hijos. Y la plaza que celebra el Año Nuevo cada Domingo de Ramos no renovó el voto a la Mujer que le da nombre.
Es Viernes de Dolores. Y de dolores. La Plaza de Escribanos ha cerrado. El Dolor se ha multiplicado en las decenas de estampitas repartidas en los hospitales. Una flecha luminosa debiera traspasar el rosetón y bailar con el desplante imposible de esta Madre afligida a los pies del Patrón. Junto a las esbeltas palmeras de la Alameda Cristina, los dominicos tendrían que disuadir a Judas con su predicación antes de empezar el camino de la Vía Dolorosa. Y, más allá del puente y de la ciudad, los hijos –los nietos- de antiguos viñadores deberían recorrer los pagos de esta tierra –Carrascal, Balbaina– buscando la sangre que Cristo perdió en su Vía+Crucis.
Pero estamos solos. Nos sentimos solos. Nos faltan certezas y nos sobra la incertidumbre con la que nos hemos levantado y con la que nos vamos a acostar. Pero, entre tanta reflexión en soledad, un arcoíris se posó hace unos días sobre la Victoria. La Soledad –María de Nazareth– comprende y, en silencio, asiste. Hay esperanza sobre la ciudad. Y, cuando la duda asalte la mente, repetiremos con el Papa Francisco que en 9 días “el Señor se despierta para despertar”.
Que tengan una fructífera Semana Santa.
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Gracias, Errejón