El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
¡Oh, Fabio!
Un cuñado del Rey en la cárcel y un ex vicepresidente de pura casta a punto de entrar en ella. No está mal para un país que, según sus críticos y odiadores oficiales, es puro teatro. Ya es hora de que los que dicen que la democracia española es un paripé, es un mero chanchullo entre oligarcas y paniaguados, revisen su discurso e intenten otro de mayor complejidad y veracidad. Pero también lo es de que aquellos que describen al régimen del 78 como un paraíso atravesado por ríos de leche y miel se den cuenta de que ha llegado el momento de meter nuestro sistema en el dique seco para intentar taponar las muchas vías de agua que se han abierto en estos cuarenta años. España es un país duro (sobrevivió a dos presidentes como Suárez y Zapatero, que no es poco), pero tampoco se pueden pedir milagros.
La vuelta a los titulares de Rodrigo Rato por las tarjetas black nos recuerda el fracaso de la construcción en España de una derecha conservadora que no se someta ni a las pulsiones más oscuras del macizo de la raza ni a esa manía de algunos líderes del PP de hacerse el progre para caer bien en algún programa de radio. Rodrigo Rato pareció que era el hombre que podía conseguirlo. Era serio, educado, preparado, buen parlamentario, moderno sin pamplinas... Parecía hecho para la Cámara de los Lores. Sin embargo, resultó ser uno de los mayores engaños de la historia política reciente, un drogata del lujo y el dinero. Muchos no comprendieron que Aznar no lo eligiese como su sucesor. El tiempo, una vez más, le ha dado la razón.
El caso de las black es sólo una pequeña muestra de un problema mucho más generalizado: la mentalidad extractiva que se apoderó de la mesocracia política y sindical española en los años del bombazo inmobiliario. Esto es importante resaltarlo, porque el aprovechamiento de los recursos públicos en favor de la vidorra personal no ha sido una actitud exclusiva de las altas dignidades, sino también de todo ese ejército de cuadros medios que, ya desde sus años de militancia en las juventudes, aprendieron a mamar de la generosa pechera del Estado y afines. No ha habido Ayuntamiento, fundación pública, caja de ahorros, festival de cine, bienal de arte, consejería o ministerio que no haya sido colonizado por ese banco de peces que continuamente abren la boca esperando el migajón. La decencia pública sigue siendo una de nuestras asignaturas pendientes.
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