Un bocadillo de mortadela

Descanso dominical

01 de junio 2025 - 03:07

No sé si eran finales de junio o principios de julio. Solo recuerdo que una costra de calor la mía mi espalda y las paredes de aquella barraca atestada de cachivaches, chucherías y cierto aire de desesperanza. La confitería Rocío había estado siempre ahí, en los primeros metros de la calle Porvenir a mano derecha, con su nombre tatuado en un cartel que una vez fue luminoso y que coronaba el dintel de la puerta, minúscula como todo allí adentro. Como su dueña, una mujer menuda, pelo corto, nieves en la sien y un recuerdo de hartura y desengaño en el rostro. Mirándola, encanada tras la vitrina de cristal que hacía las veces de mostrador, se podía pensar que su vida no era más que un premio de consolación. Eso me decía mi imaginación buscando una coartada mientras esperaba que terminase de despachar al de delante. El caso es que esa mujer, el cigarrillo perenne al filo de la boca, me recordaba a Chavela por sus maneras y por su estampa, de manera que tenía algo de divertido y de ensoñación comprarle una coca cola a mi particular dama del poncho rojo.

Un ventilador con ganas de morirse exhalaba su escasa fuerza, más bien suspiraba, junto al expositor de gominolas. De repente, una voz detrás de mí inundó de urgencia la casapuerta. “Dame un bocaíllo mortaela”-soltó a bocajarro desde el escalón- “a ve si me alcanza”. Y comenzó a rebuscarse en los bolsillos. Podía tener cuarenta y pocos o sesenta y muchos el tipo. La calle y los excesos parecían haberle cuarteado el pellejo. Su cuerpo, ya de por sí escaso, se encogía tras un andrajo de camisa y un bañador enmohecido, la voz sonaba temblorosa y noble, su mirada era lo más limpio que podía enseñar aquel día. Me resultó familiar al momento. No había terminado aún de vaciar su exiguo botín cuando lo reconocí… Y no le alcanzaba, así que me ofrecí a pagar la diferencia, pero ella me frenó levantando la barbilla, agarró las monedas y le devolvió un bocadillo de mortadela que tuvo que sujetar con las dos manos. Se dio media vuelta y marchó acera abajo. “Le cojo el dinero para que no se lo gaste en otras cosas…”, me espetó Chavela buscando complicidad en mi gesto.

Meses después volví a verlo. Iba como un pincel, derrochaba luz, la voz ya no le temblaba y la mirada seguía siendo cristalina. Estaba encima de un escenario porque El Torta había vuelto a resucitar. Supongo que aquel bocadillo no tuvo nada que ver. O sí. Quién sabe.

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