La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Dietario de España
La política española siempre se sustancia en un abrazo. Juan Genovés fijó el icono la reconciliación entre los españoles tras la guerra y la dictadura en su cuadro titulado El abrazo, que cuelga en la Sala Constitucional del Congreso de los Diputados y que plasma a un grupo de anónimos ciudadanos reencontrándose y abrazándose tras un largo invierno y celebrando la libertad.
El jueves por la mañana, el presidente de Valencia, Carlos Mazón (PP), se fundió en un cálido abrazo con Vicente Barrera, su vicepresidente (Vox) tras derogar la Ley de Memoria histórica en la comunidad y reconvertirla en algo llamado Ley de concordia, una norma que mete en el mismo paquete a todas las víctimas desde 1931 hasta el día de hoy, incluidas las víctimas de ETA y que hace desaparecer –por segunda vez: primero fueron físicamente borrados y ahora legislativamente– a los desaparecidos en fosas comunes o asesinados en las cunetas. Horas después, Mazón destituyó a Barrera. O no había convencimiento en el abrazo, o era una cálida despedida anticipada o era un gesto de necesidad para naturalizar el trágala que supone haber aceptado el dicterio de Vox respecto a la memoria histórica. En Mérida, la presidenta Guardiola se abrazó con Ignacio Higuero, el consejero tránsfuga de Vox. Abrazos, muchos abrazos siempre en la política española. No son estos los de Anzar y Rajoy en 2001, ni el de Sánchez y Pablo Iglesias en el hemiciclo tras la moción de censura ni mucho menos el beso de Brezhnev y Honecker en plena guerra fría. Pero estos abrazos reverdecidos le habilitan al PP una gran oportunidad. Y eso que la política raramente concede segundas opciones.
La salida de Vox de los gobiernos autonómicos del PP (Extremadura, Castilla y León, Valencia, Aragón y Murcia), aunque mantienen los acuerdos en un centenar de ayuntamientos, es una buena noticia para nuestro país. Cuanto más lejos estén sus manos de los boletines oficiales, mejor. De hecho, nos podíamos haber ahorrado a su vicepresidente en Valladolid tratando de desencadenar al ganado afectado por tuberculosis bovina, sus leyes para deconstruir la memoria histórica, su odio contra todo lo LGTBI, su racismo contra los inmigrantes, sus sonadas estupideces contra el cambio climático, el machismo y la cultura o sus planes contra la zoofilia en las escuelas. Eso es Vox y ha sido durante casi un año socio y catapulta de muchas de estas medidas en administraciones gobernadas en comandita con el PP.
La aritmética electoral es hoy tan complicada para el PSOE como para el PP, que dependen de otros partidos que tienen que aceptar a su lado si quieren gobernar. Pero ahora Feijóo tiene la posibilidad de empezar de nuevo a construir otro camino para el PP. Un camino autónomo, con políticas reconocibles, de más amplio espectro, que no alejen a los votantes más centrados. El pacto con Vox era veneno y lo admiten casi todos en privado. Que aprovechen la oportunidad que les brinda Abascal.
Al PP lo sitúa en un punto interesante y a Vox lo enfrenta a sus contradicciones y veremos hasta qué punto tiene coste su movimiento, empezando por la pérdida de poder, implantación y visibilidad territorial. La irrupción del partido de Alvise Pérez también ha pesado en la decisión de Vox, que no puede arriesgarse a perder la posición más esencialista en la extrema derecha ni renunciar a su discurso original de para qué están aquí pareciendo un partido más entregado al reparto de sillones. Pero aunque lo vistan de coherencia, es una pelea directa por los votos.
Se ha comparado mucho la irrupción del SALF de Alvise en Bruselas con Ruiz-Mateos, que obtuvo su escaño. Pero no tiene nada que ver. El empresario defendía su caso y tuvo el aliento de muchos españoles que creyeron que era una víctima del Gobierno socialista. Lo de Alvise es otra cosa: defiende unas posiciones políticas –o prepolíticas– concretas y extremas no coyunturales que han conectado con buena parte de la población. Tiene más futuro y desarrollo. Puede que sea otro epifenómeno de la política española, pero con recorrido, al menos, a corto plazo. Y ahí es donde se la juega Vox.
De momento Abascal ha perdido a su hombre fuerte en Extremadura, el consejero Ignacio Higuero, ya convertido en tránsfuga, que seguirá en el Gobierno del PP. Y a Gonzalo Santonja en Castilla y León. Daños colaterales. En todos estos procesos el factor humano es muy relevante. Un sueldo público, un coche oficial y la visibilidad social que ofrece la política no es una opción que todos estén dispuestos a rechazar alegremente. Y esa es una variable que también afecta a los presidentes del PP, a alguno de los cuales les tiemblan las piernas en esta hora de la pérdida de la mayoría absoluta. Tienen sus presupuestos aprobados, no deberían tener demasiadas dificultades para seguir caminando. Con el tiempo lo agradecerán.
Pero el partido de Abascal, alineado con Orban y por extensión con Putin, no puede ser un aliado natural para el PP. Es cierto que llegarán las elecciones y Feijóo, si las urnas le entregan esa posibilidad, tendrá que llamar de nuevo a su puerta, salvo que sea capaz de llevar al PP a una mayoría absoluta –complicada hoy– o un resultado muy contundente. Mientras, tendrá que sortear a su oposición a la derecha y trazar estrategias para evitar que el discurso ultra le haga mella, resistir al sector duro del PP que abraza a Vox sin complejos y salir vivo del chequeo de la prensa más conservadora, que lo ama o lo detesta en función de sus propios intereses.
Pero las elecciones ocurrirán en el futuro: el presente es una oportunidad que el PP debería aprovechar para zafarse de unos compañeros de viaje que lo desdibujan, lo extreman y lo convierten en lo que no debería ser un centro derecha liberal. El PP ha pasado en una semana de pedir que la Armada frenara a los cayucos a aceptar un pírrico reparto de menores inmigrantes. Cuando lo aceptó no podía ignorar el PP las consecuencias porque Vox no podía seguir amagando sin dar especialmente en el asunto de la inmigración, que es la clave de bóveda de su existencia. De lo cual cabe colegir que en Génova no están especialmente disgustados con este desenlace y que deben tener puestos los focos en lo que ocurre en Europa con el crecimiento ultra y el posible triunfo de Trump, que consolidará un escenario global más complejo para las derechas moderadas. Vox, en cambio, con este movimiento se ancla al ejemplo francés y reproduce el discurso xenófobo y cruel de Le Pen, que podria estar a las puertas del Elíseo en las proximas elecciones.
La ultraderecha le está sacando buenos réditos a su combate contra la inmigracion en toda Europa. España no es una excepción. Las ocurrencias y las salvajadas van de la mano hace años: desde Salvini dejando a la deriva barcos llenos de inmigrantes a punto de perecer a las puertas de Italia, las jaulas para inmigrantes, el tristemente célebre Bibby Stockholm, el barco fondeado en Portland a modo de prisión para inmigrantes y un largo etcétera.
La criminalización del diferente funciona. Apela a las emoción más básica: el miedo. El miedo al otro, el miedo a la supuesta violencia que genera el inmigrante, el miedo a que nos quiten el empleo, el miedo a sus creencias, a su cultura y a su forma de entender la vida. El miedo a su color de piel. Es fácil. El discurso prende en sociedades golpeadas por las crisis sucesivas que necesitan culpar a alguien de sus problemas. En España no hemos tenido hasta ahora problemas graves con los inmigrantes, salvo un par de episodios aislados. Pero no estamos vacunados contra ese fenómeno, sobre todo si Vox y Alvise siguen sugiriendo que con cada inmigrante entra en España un asesino violador de mujeres con el Corán en la mano. En realidad, quienes entran en España son pobres que huyen del hambre.
Hay varias formas de afrontar ese desafío. Una es abogar por la apertura de fronteras sin límites, que tendría sin duda un efecto rebote y consecuencias indeseables. Otra es hacer lo que hacen los más extremistas: estigmatizar a quienes llegan, meter miedo, advertir de los riesgos que sufre nuestra civilización occidental y dejarlos a su suerte en sus pateras. La tercera comienza por asumir que la inmigración no va a acabar nunca y trabajar para manejarla con lógica política y social y buenas dosis de humanidad. Hay una cuarta: acogerlos por egoísmo, porque necesitamos mano de obra y mejorar la natalidad para que España no descarrile. Quédense con la tercera, es la única que pese todas las dificultades puede funcionar y ofrecer encajes razonables. El PP debe estar en eso. Le identifica como un partido moderado y además le conviene. Europa no está para tomar alucinógenos ideológicos.
Ni la Audiencia Nacional ni el Tribunal Supremo tienen ya causa contra Puigemont ni otros dirigentes implicados en el procés por delitos de terrorismo. Primero la Audiencia, que decretó que una de las prórrogas del juez García Castellón fue ilegal y el propio magistrado se vio obligado a archivar el caso. Después el TS, que ha actuado en consecuencia. La magistrada Susana Polo afirma que antes de que el juez decretara el prórroga ilegal no existía ninguna investigación sobre Puigdemont y ninguno de los otros investigados había sido citado para declarar, por lo que no es posible seguir con el procedimiento.
Es el fin del llamado caso Tsunami Democratic, un grupo independentista organizado para promover las protestas y algaradas –entre ellas la que logró cancelar cien vuelos en el aeropuerto de Barcelona o la ocupación de edificios gubernamentales– durante 2019, en pleno procés, mediante la utilización de redes sociales y aplicaciones diseñadas ad hoc.
Lo que no se entiende es que la prórroga ilegal fuera de 2021 y aflore en 2024. Misterios de la justicia vedados al común de los mortales. Traducido resulta que el juez ha estado investigando y mareando la perdiz durante tres años ilegalmente y sin nada a lo que agarrarse. Dios confunda a Puigdemont y a las criaturas de Tsunami democratic, pero la justicia no puede ir más allá de sus propios límites. Este es un caso de libro: haberse empeñado en buscar un delito de terrorismo donde no lo había. Les queda pendiente el recurso de la Fiscalía contra la decisión de la Sala de lo Penal y del juez Pablo Llarena de considerar que sí cometieron un delito de malversación de caudales públicos al haberse enriquecido pasivamente por el procedimiento del ahorro, y que los acusan de no haber gastado su propio dinero en impulsar el referéndum de autodeterminación al sacarlo de la caja de las administraciones públicas catalanas. A Puigdemont aún le queda también la llamada trama rusa, que terminará decidiendo el TS.
La secretaria general de ERC, Marta Rovira, ya está en España, tras seis años huida en Suiza. En la frontera francesa, amnistiada, anunció que estaba de vuelta "para acabar la tarea pendiente" de lograr la República catalana y denunció ante los suyos que el mismo Estado que la amnistía ha cruzado todos los límites y "se ha cargado la democracia". Es lo que hay.
El CIS ha establecido en su encuesta postelectoral de las elecciones europeas que el 64% de los españoles votaron por asuntos de la agenda política nancional. Solo el 23% enfocó sus votos a los asuntos europeos. El PP venció con 22 escaños, seguido por el PSOE con 20. Sólo el 15% de los que votaron admiten que las encuestas preelectorales influyen en su voto. Y los tres temas que marcaron la votación en clave nacional fueron la inmigración (13%), la ley de amnistía (5,7%) y el caso de Begoña Gómez (4,4%) seguidos del temor al ascenso de la extrema derecha (4,4%) y la corrupción (4,1%). Viendo la motivación del voto es fácil entender el esfuerzo del Vox, PP y SALF en hablar durante toda la campaña de esos temas. Aquí nadie da puntadas sin hilo.
La abogada española Miriam González, conocida por ser la esposa del liberal britanico Nick Clegg, que llegó a ser viceprimer ministro en el Reino Unido, fue muy crítica con Begoña Gómez, la esposa del presidente del Gobierno, cuando saltó a la palestra la investigación judicial que le afecta. Dijo lo que le pareció, arremetió contra su comportamiento y se puso a sí misma como ejemplo a seguir cuando gobernaba su marido. Esta semana ha presentado un código ético del Gobierno de la mano de las asociaciones Hay derecho y España Mejor. Admite que empezó a escribirlo durante los cinco días de silencio de Sánchez. Y ahora lo lanza con trompetería y despliegue mediático. Está muy bien, pero conste que cuando arremetió contra Begoña Gómez estaba pensando en su propio negocio. El business es el business. Igual eso no se incluye en su propio código ético.
Releer los apuntes, subrayar el libro hasta agotar el rotulador rojo, copiar el contenido o tratar de memorizar los apuntes sin perderse una coma no sirve de nada. Una vida después, la ciencia arroja luz: lo que funciona es estudiar entendiendo lo que se estudia y dotándolo de significado propio o tirar de memoria para recordar lo aprendido antes del examen. La mayor investigación practicada en España, con 3.414 alumnos encuestados, confirma que los sistemas clásicos no brindan buenos resultados. El trabajo lo ha hecho el International Science Teaching Foundation, dirigido por Héctor Ruiz Martín, experto en aprendizaje y la incidencia del cerebro y la memoria en el mismo. Llega tarde pero igual sirve a las futuras generaciones. Precisamente una explicación a un porcentaje del fracaso escolar es que el sistema exigía estudiar sin enseñar primero cómo hacerlo.
Quedarse en casa durante la canícula ya no obedece sólo a falta de presupuesto para viajar. Hace años que The Washington Post bautizó así ese hábito convertido ahora en tendencia: stay (quedarse) vacation (vacaciones). Cada vez más ciudadanos prefieren refugiarse en su ciudad durante los meses de verano y viajar fuera de temporada huyendo del turismo masivo y las incomodidades que conlleva. Los pequeños viajes cortos y a destinos muy cercanos se incluyen en el concepto. El Ministerio de Turismo calcula que durante junio, julio y agosto habrán llegado a España 41 millones de viajeros internacionales, que dejarán 59.000 millones de euros, un 22% más que el año pasado. Hay ciudades que ofrecen tours alternativos por instalaciones con cierto interés pero alejadas de los circuitos tradicionales: fábricas en desuso o instalaciones ferroviarias, por ejemplo. Hace años que Manuel Vicent estableció la diferencia entre los turistas y los viajeros en Por la ruta de la memoria. De ahí y de la eclosión desbordada, el gusto por el staycation.
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Gracias, Errejón