Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
JEREZ ÍNTIMO
Alguna nube besa la lontananza de la puesta del sol con su perfil acucharado. De repente impera como una quietud de dolce far niente. Desde el alba de la intrahistoria de la provincia de Cádiz se produce a esta misma hora -tan de verso de Apollinaire-, cuando las playas meten en danza las inscripciones de su atardecer, ese onírico encuentro con lo invisible a la caída del astro rey. Aquí no caben palabros ni palabreos, no surgen estiletes verbales, no frivolizan las lenguas de doble filo porque los rastrillos no pintan bastos sobre la pizarra húmeda de la bajamar ni las quijotescas tripas mueven pies. El desaliño se reviste de credulidad. Las sombrillas profieren y prefieren encierros a punta pala. Entonces también los adultos edifican castillos de arena en la ensoñación de los pensamientos. La propiedad privada es un fetichismo de huellas mojadas y caracolas de barroca voluta. Las sonrisas fertilizan granitos de sosiego en la diáfana expresión de estos usuarios congregados familiarmente. El ruido se torna susurro, melodía sin pentagrama. La tribu de los playeros anónimos se enseñorea de libertad. Posiblemente conviva un mestizaje multicultural si descendemos la rampa que deja atrás el paseo marítimo. Los habitantes de esta comunidad de vecinos -uniformados de bañador y crema protectora-, con vistas al océano de Neptuno, se abisman en el alcance de un amén. Sucede como el tiempo muerto que diariamente solicita el entrenador de la Naturaleza. Orto y ocaso, ying y yang de la Creación con yemas de dedos de pintura de Miguel Ángel.
Cruz y raya, como el tono poético de Luis Cernuda: “Las escamas de los súbitos peces/ los músculos dorados del marino,/ sus labios salados y frescos/ me retienen preso en la red del espejismo”. La prosa ahora coge conchas de atemporalidad. La mirada es una peonza circular sobre la algarabía infantil que corretea los círculos de la inocencia. Sí, puesta de sol, ipso facto. De pronto observamos una larga cola de público que se embarca a bordo de la ‘La Pepa’, este buque que acaricia el prontuario de Bajo de Guía como un talismán de flor sin edad. Barco cuya panza flota sobre aguas antiguas. Frente a la divisa de un Coto edénico, siempre de horizontal aliento, como el paraíso de una dispensa atávica. “Jamás le faltará junto al polvo la voz”, que dijera Rilke. Doñana como espejo. Doñana como Madre Tierra. Doñana como asomo de Argónida. Pronto zarpará lejos del insomnio y cerca del serpenteo de un paseo de anochecida esta barcaza gigantesca como un coloso henchido de cultura. Hoy tocan más de tres horas de navegación a ras del Guadalquivir y al son de pasodobles escritos por el niño de Santa María, don Antonio (Martínez Ares) y de la gracia costumbrista -ingenio de pluma alumbrada por el ángel del dios Momo- de la chirigota de José Luis García Cossío ‘el Selu’-…
Durante todo el verano los artistas más cimeros del panorama musical nacional van ofreciendo conciertos punto menos que mágicos. Una delicia para los sentidos este viaje de ida y vuelta que parte de Sanlúcar de Barrameda. ¿Un turismo de experiencia? Sí ¿Un turismo de sensaciones? Sí. ¿Un capricho de luz y luna? También. No todo está inventado en el cartapacio de la creatividad que engrandece el emprendimiento empresarial. La receta transversal de ingredientes de aparente imposible combinatoria elabora -contra todo pronóstico y, nunca mejor dicho, contra viento y marea- cócteles de fina sabrosura. ¡Enhorabuena a los empresarios que idearon ‘La Pepa’!
Nota bene en dos partes: Primera: La escritura estilística -filosofía popular del argot de la calle- de la chirigota del Selu es digna del memorable Seneca de José María Pemán. El tipo de ‘Que ni las hambre las vamo a sentí’ cantando por martinete uno de los celebérrimos temas de los Payasos de la Tele no tiene precio. Todos los miembros del grupo se sabían de memoria las letras de Gaby, Fofó, Miliki y Fofito. Y es que el Selu y los suyos ya tienen una edad. ¡O dos! Segunda: La exhibición de voces de la comparsa ‘La oveja negra’ merece punto y aparte. Todo cuanto ha traído Martínez Ares desde su regreso en 2016 -tras trece años de ausencia- posiblemente merezca -como Paco Alba in illo tempore- la creación de una nueva modalidad de cara al concurso del Falla. No se trata de una boutade escrita a modo de exabrupto. Tiempo habrá de explicitar el porqué de dicha aseveración. Por el momento entrecomillemos la premonitoria lírica de Luis de Góngora y Argote: “Oveja perdida, ven/ sobre mis hombros, que hoy/ no sólo tu pastor soy,/ sino tu pasto también”.
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