Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Alto y claro
Anoten lo que decía ayer en este periódico Joaquín Araújo, uno de los padres fundadores del ecologismo español: "Hay que adaptarse a un clima más seco y bastante más cálido". Que la climatología está cambiando delante de nuestros ojos es una evidencia no sólo estadística. Es una realidad que podemos certificar los que ya cargamos con un puñado de décadas sobre nuestros hombros y hemos visto tiempos en los que hacía frío en invierno, calor en verano y llovía con cierta regularidad en primavera y otoño. Claro que había sequías y meses en los que te helabas o te asabas. Pero nadie puede negar que se ha ido evolucionando a peor. Otro asunto es que discutamos cuánto tiene este cambio de fenómeno natural, porque el clima es cíclico por definición, y qué parte de culpa tiene el progreso de la Humanidad.
Lo cierto es que estamos en una situación, como se está viendo este año, en la que cada vez es más frecuente que el verano se alargue durante seis meses y que a un año seco le suceda otro más seco todavía. Y vivimos en una tierra, el sur de la Península Ibérica, en el que esas tendencias se dejan sentir con especial intensidad. No es extraño, por tanto, que sus consecuencias se hayan colocado en el primer plano del debate social y, de paso, del político. Esperemos que no sea sólo por el follón que se ha armado en Doñana y porque estamos en un año con dos elecciones por delante.
La escasez de agua condicionada por el cambio climático es uno de los principales problemas a los que se enfrenta Andalucía y va a tener que condicionar las políticas que se hagan tanto desde la Administración central como desde la Junta de Andalucía. La racionalización de su uso en la agricultura y la regulación estricta de los regadíos es una exigencia que ya está encima de la mesa. El agua va a ser un bien escaso y como tal caro y las obras para su aprovechamiento van a tener que ser un objetivo prioritario de inversión. Pero también el turismo y el mercado de las segundas residencias tendrá que adaptarse a la situación. Y, tan importante como lo anterior, la vida en las ciudades y el urbanismo deberán volver la vista atrás y comprobar cómo hace ya muchos siglos el uso racional del agua y la vegetación ayudaba a mitigar las temperaturas. Nos espera un futuro, que ya está aquí, con más calor y menos agua. Sin no sabemos adaptarnos, nuestra calidad de vida empeorará y perderemos oportunidades laborales, económicas y sociales. Es el reto que nos espera.
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