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Parece que vuelven los camiones a dar abasto a los mercados y comercios de España. Ayer había ya un cauto movimiento de mercancías, y un alivio patente en los empleados del súper, que se hallaban al ralentí, viendo crecer el esqueleto de los estantes desde hace una semana. Una de las cosas que estamos aprendiendo en estos años es que los "tiempos interesantes" solo son interesantes en las películas y en los libros. Esto es, que ofrecen un inagotable caudal de fascinación, en tanto que disfrutados desde muy lejos. Otra de las cosas que hemos advertido, de la peor manera posible, es la enorme cantidad de recursos de que dispone un país desarrollado como España. Bien sean los recursos sanitarios aplicados a la pandemia, bien el entramado logístico que ha permitido sortear la escasez de camiones sin demasiados aprietos.
Quiere esto decir que el tedio es una de las mayores fuerzas constructivas que conoce el hombre. Lo cual implica que Pascal tenía razón -al menos en tal sentido- cuando afirmaba que todas las desgracias del ser humano vienen de no saberse estar uno quieto en su habitación. Todavía en el XIX, Xavier de Maistre, el hermano pequeño de Joseph, escribirá sus Viajes alrededor de mi cuarto; y ello cuando triunfaba la gran literatura de viajes, que precede y anuncia la moderna y desorientada plaga del turista. Volviendo al tedio, sin embargo, esta quietud epicúrea solo adquiere su valor cuando el mundo que conocemos entra en crisis. Los españoles, repito, hemos tenido la enorme fortuna de vivir en un país rico y civilizado, y por tanto, con una mayor elasticidad para tolerar la desgracia. Hoy basta ojear las portadas de la prensa para comprender, de inmediato, dos robustas verdades: la refinada malla económica y social que nos sustenta, y la excepcionalidad de nuestra situación, en su doble vertiente, histórica y humana.
Decir que España es un país próspero y democrático no deja de ser una obviedad. Una obviedad, no obstante, perfectamente matizable. La situación de Ucrania acaso ha descubierto a los más jóvenes el carácter caducifolio de cualquier privilegio. Y también la capacidad del hombre para fulminar cuanto ha construido laboriosamente. En tal sentido, el tedio, aquella Oceanografía del tedio que cantó el joven D'Ors, es una de las grandes inclinaciones que obran en favor de la vida. El escalofrío y el vértigo quedan mejor en la ficción. Y es en la ficción donde nos consuelan de ser un púdico y juicioso animal de costumbres.
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