La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Cambio de sentido
En cierta ocasión presencié una conversación entre dos hombres de “la izquierda de verdad” (sic) en la que cuestionaban el comunismo de Miguel Hernández por el hecho de haber escrito poemas a la Virgen o textos de la talla de El silbo del dale, y el de Pasolini por ser hijo de un ciertamente indeseable oficial fascista. Pasé de intervenir porque para qué. Mi impureza, tan estricta como poco equidistante, les llevaría a desestimar cualquier cosa que dijera. ¡Ay de los puros, para los que solo cuenta la opinión de los aún más puros!
Asistí a aquella conversación entre señores que eran los más de izquierdas del mundo como usted quizá haya visto cosa igual en una sobremesa de los muy biempensantes. O muy del Real Madrid, o en una charla entre cofrades, o entre auténticos poetas, feministas, taurinos, cinéfilos, budistas, sumilleres, antivacunas, fabricantes de tubos sifónicos o adventistas del séptimo día: es lo mismo, igualito el modus operandi. Siempre hay alguien dispuesto a repartir carnés de pureza. O lo que es igual, siempre hay alguien dispuesto a ladrar como el can Cerbero, hacer de cualquier ámbito un exclusivo cortijo, condenar al ostracismo al impuro, dotarse de cutre potestas –que no de autoritas, que ésa no se imposta tan ligera–. Qué peligro, el poder sin poderío.
Frente al impulso –sanísimo– de esquivar a cualquiera que decrete la pureza, la tendencia de la opinión pública actual es, a menudo, la de sumarnos a tope, sin cuestionamiento, a los grupos, discursos y dogmas que más se arrimen a nuestra ideología. Y no solo eso, a veces nos convertimos sin darnos cuenta en sucursales expendedoras de carnés. “¿Tú estás en contra de la turistificación? Pues entonces ni se te ocurra ir a conocer Toledo”. “¿Tú estás en contra del cambio climático? Tu coche no es eléctrico…”. Este es nivel de simplismo artero (el simplismo es la falacia de moda) que gastan quienes, en el fondo, tratan de disuadir de cualquier forma de disidencia.
Por supuesto que se puede estar en contra de la turistificación y ver mundo. Con hacerlo de forma consciente y responsable y cuidando de no perjudicar la vida corriente del lugar, bastaría. Por supuesto que se puede luchar contra el cambio climático y acudir a trabajar al pueblo de al lado en un seat de 2004, que hay quienes no pueden cambiar de auto ni tienen un tren que les acerque a su puesto de trabajo. Disculpen la precariedad, la penosa política de transportes públicos, y la impureza.
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