La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
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Vaya, no decae la polémica como a tantos les gustaría. Me abstendré de juicios y calificativos, ya los ha puesto la prensa internacional: “El Cristo homoerótico en los carteles de la Semana Santa divide a España” (The Times); “Polémicas (feroces) sobre el Cristo gay de la Semana Santa de Sevilla. Y de nuevo aflora en la Iglesia el nudo de la cultura queer” (Il Messagero). Esto es lo que hay y lo que ve cualquiera, cortinas de humo aparte
Lo que a este columnista le interesa no es el cartel, sino cómo hemos llegado a esto. No teman, no haré leña del Consejo caído (o que debería caer). Me limitaré a copiar las palabras que al respecto me remite un historiador del Arte, experto en arte cristiano además, Pablo Pomar, que creo van a la médula de la cuestión: “El cartel, lamentablemente, cumple con su objetivo, porque, insisto, lamentablemente, representa con bastante fidelidad en lo que lenta pero inexorablemente se está convirtiendo la Semana Santa andaluza y lo que de ella se predica ya en no pocos púlpitos. Para empezar un Cristo que no se parece al del evangelio, sino un cristo –voy a ponerlo mejor en minúscula, por respeto– blandito, modosito, inclusivo... un cristo-coartada para no tenerse que convertir porque lo que yo hago, bien hecho está, que él no juzga a nadie. Por supuesto esto tiene que ver también con la chocante iconografía elegida: un resucitado para anunciar la pasión. Porque la pasión es muy dura, muy impresionante, mejor contemplarla desde la perspectiva pascual, que dicen los curas cursis. Hay que ser muy hombre para aguantar la flagelación, la coronación de espinas, la cruz a cuestas y el calvario y eso se contradice con estos cristos de nueva masculinidad que la Iglesia ahora predica. El mantra de la resurrección –augusto misterio, como todos los de la vida de Cristo, y esperanza para la nuestra también– está destinado a que olvidemos que es precisamente la pasión y muerte de Cristo la que alcanzó nuestra redención, que es su muerte la que es meritoria, mientras que su resurrección es merecida. Que es por esa muerte sacrificial por la que tenemos contraída una deuda que en cada padrenuestro le pedimos al Padre que nos perdone. Así se acaba cancelando la pasión de Cristo hasta en el cartel que la ha de anunciar, donde hasta las llagas han prácticamente desaparecido”. Amén.
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