
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
No queremos reyes
Su propio afán
Con el afán de no repetirse, el columnista puede dejar de defender una demanda justa porque hace diez años le dedicó un artículo. Hace diez años o así, yo le dediqué un artículo al cheque escolar. Ya saben, el método de dar a cada familia un cheque por el precio medio de la escolarización de cada alumno, y que ésta lo aplique en el centro educativo que ella quiera. Hoy no diré nada nuevo, pero es que el viejo problema sigue enquistado o empeorando, y afecta de lleno a la educación, uno de los temas esenciales de nuestra sociedad.
En una charla entre columnistas de distintos medios, Diego S. Garrocho preguntó qué medida implantaríamos en España por ley de poder hacerlo. El cheque escolar, dije, para sorpresa de muchos que esperaban alguna medida más frontal. Pero creía y sigo creyendo en la libertad, en la educación pública y en la privada, en la familia y en que los cambios sociales tienen que construirse desde los cimientos.
El problema es que, aunque impuestos para la educación pagamos todos, como nos recuerda el gobierno cada vez que nos los sube, los impuestos sólo pagan un tipo de educación. De modo que muchos contribuyentes no tienen libertad educativa real. Contra lo que reza el refrán, el que paga no manda nada en absoluto.
Aunque el poder les tiene ganas a los centros privados, no puede prohibirlos por los convenios internacionales que protegen el derecho a la educación, pero se conforma –maquiavélico– con ahogarlos económicamente. Como a la vez nos ahoga con los impuestos, consigue tres cosas: la primera, que la inmensa mayoría de familias y más si son numerosas, con la falta que nos hacen, no puedan permitirse optar por una enseñanza religiosa o diferenciada o más centrada en los clásicos o antiposmoderna. Segundo, que, como los que sí pueden son los que sí pueden, se le carga el sambenito de elitista a una educación que estaría deseando no serlo. Y tercero, se utiliza una concertación que deviene inevitable como herramienta para diluir el espíritu y el ideario de los concertados a base de exigencias arbitrarias e ideológicas.
Estaría muy bien que las familias pudiesen intervenir más en la orientación del centro público o del concertado, pero es difícil. La manera más hacedera de respetar no sólo a los padres, sino a todos los integrantes de la comunidad educativa es el cheque escolar. Que también beneficiaría a la pública con una competencia más transparente.
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