Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Alto y claro
Hasta ahora en todos los análisis políticos que se hacían sobre el desembarco de Alberto Núñez Feijóo se subrayaba que había adoptado el tono mesurado y dialogante de Juanma Moreno en Andalucía frente al cañero y bravucón que ejerce en Madrid la presidenta Isabel Díaz Ayuso. Veremos si eso sigue siendo así en los próximos meses, porque lo visto en las últimas semanas en el Congreso y en el Senado empieza a rebasar los límites de lo admisible según los usos de una democracia. Y parece -por ahora diremos que sólo parece- que la moderación del líder nacional del PP está a punto de irse por el sumidero de la crispación sin fin y del enfrentamiento por el enfrentamiento.
Pero si hasta ahora ha sido cierta esta ecuación, la de que Feijóo se parecía más a Juanma Moreno que a ningún otro de sus barones regionales, también habrá que concluir que se ha producido un aprendizaje en sentido contrario. Es decir, que el presidente andaluz ha importado algunos de los comportamientos que han permitido al PP convertir Galicia en un bastión inexpugnable en el que todavía la mayoría absoluta es la regla y no la excepción. De Galicia nos estamos trayendo en esta legislatura la reconfiguración de un cierto andalucismo al estilo del galleguismo con el que primero Fraga y luego el propio Feijóo cimentaron su hegemonía política en esa comunidad.
Esta va a ser en Andalucía la legislatura en la que el PP va a abrazar la fe andalucista, algo que hasta ahora era una idea difusa, que va cuajando en un discurso, light por ahora pero que va in crescendo, en el que el agravio y la protesta por la falta de inversiones estatales se convierte en uno de los principales hilos argumentales de la política que se ejerce desde el Palacio de San Telmo.
En esa misma línea se inscriben acciones a las que se quiere dar una fuerte carga simbólica como la fiesta de la bandera que se estrena este año en conmemoración de las grandes manifestaciones que se produjeron en las capitales andaluzas el 4 de diciembre de 1977, en las que tomó carta de naturaleza el movimiento autonomista que llevaría muy poco tiempo después al referéndum del 28 de febrero de 1980. Que sea el PP el que intente recuperar -a propuesta, según parece, del andalucista histórico Alejandro Rojas-Marcos- el espíritu del 4 de diciembre no deja de ser una de esas paradojas a las que tan aficionada es la Historia. Pero conviene no engañarse: el andalucismo que se tremola desde la Junta, con bandera incluida, tiene poco que ver con el que salió a la calle hace más de cuatro décadas y sí emparenta mejor con el que se inventó Fraga en una de sus muchas volteretas políticas.
También te puede interesar
Lo último
Encuentro de la Fundación Cajasol
Las Jornadas Cervantinas acercan el lado más desconocido de Cervantes en Castro del Río (Córdoba)