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Como tantos, sobrellevamos esta semana silenciosa e interior descubriendo las bondades de ese apóstol de la globalización que es Internet, releyendo a autores de referencia en el estudio de la Pasión que este año nos viene desprovista de esas concesiones barrocas que tanto nos gustan, recurriendo cómo bálsamo de andar por casa a retransmisiones de otros años que nos traen voluntariosos presentadores mientras nos hablan sonrientes detrás de sus uniformados ternos oscuros. Hoy miércoles es para mí, además, el día más difícil, como otros tendrán los suyos, cuando dos túnicas se han quedado sin planchar, un acólito espera mejor ocasión para debutar junto a su Virgen, y en La Jarilla hay un olivo más que seguirá en el soleado campo andaluz pero se perderá la noche tremenda de ese otro Getsemaní sevillano que es antesala de la Pascua.
Muchas cosas se están diciendo y escribiendo a cuenta de esta semana histórica a nuestro pesar, y de entre ellas, me parece interesante detenerme en los efectos que todo esto tendrá en el devenir de las hermandades, pues si hay un cierto consenso en alabar su fácil adaptación a la sociedad con la que conviven en cada momento de nuestra historia, precisamente por eso mismo habrán de variar su línea de actuación para enfrentar los duros tiempos que vienen. En apenas días lo que considerábamos sólido ya no lo es tanto, y cuestiones que antes podían discutirse casi han pasado a un segundo plano: ¿Alguien osa ahora plantear un sucedáneo de Semana Santa en otoño? ¿Existe algún argumento serio para no devolverle al que lo necesita el dinero de su abono en la carrera oficial?
Si la respuesta serena y responsable de las hermandades a esta desgracia en forma de pandemia ha sido ejemplar, no menos debe serlo su importante función social y asistencial para el fututo inmediato, y que pasa por potenciar la labor de caridad, saliendo de su meritorio pero reducido campo de actuación tradicional para explorar otros terrenos más ambiciosos, que posiblemente obliguen a una colaboración más estable con otras hermandades o instituciones para conseguir objetivos mayores. Este y no otro es el reto verdadero reto de las cofradías hoy, el que le marca la Iglesia universal y diocesana, y el que le exigirá esa sociedad a la que sirven cada día. Que no es muy distinto, por cierto, de lo que leemos estos días en el Evangelio.
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Gracias, Errejón