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La palabra confort la adoptó el español del francés, y viene a decir "comodidad". Antes, a semejanza con los cantes de ida y vuelta nacidos del intercambio cultural entre España y América, el latín ya contaba con esa expresión, confort, pero aludiendo a la capacidad de ser más fuerte, y también a la de dar ánimo y fuerza: confortar. En la última década, oímos con frecuencia a psicólogos, coaches, mentores o consultores de varia laya advertirnos sobre la zona de confort, que en vez de, como aparenta la expresión, ser algo gustoso, placentero, sereno, el sitio del recreo de uno... resulta ser algo peligroso, una especie de territorio psicológico aceitoso y de costumbres cómodas que nos hace habitar en la improductividad, evitando el riesgo y el estrés por sistema, hasta quizá llevarnos a la ansiedad y la depresión. "Sal de tu zona de confort, hombre", te advertirán doctos, legos y pepitogrillos de la conciencia ajena. No vayas siempre a dar el mismo paseo, no te encapsules en tus rutinas, frecuenta sitios y ambientes y personas diversas, enriquécete con el cambio y la innovación; acepta nuevos retos, abraza el eterno mutar de ti mismo.
Y, sin embargo, las rutinas y el pequeño tesoro de lo repetitivo y elegido pueden muy bien ser un ancla ante el torbellino de una vida que vivimos peligrosamente, en una sucesión maligna de crisis financieras, víricas y bélicas. "Sal de tu zona de confort" (y vente a la mía, la que a mí me interesa). No busques seguridades, amplía tu espectro de relaciones, no te pierdas este restaurante que está de lo más in; no pares, sigue, sigue. Empéñate en hacer cosas nuevas, no dejes de viajar a ninguna parte seis veces al año, reinvéntate. Toda esa farfolla desprecia el natural refugio que brindan las pequeñas cosas, la cotidianidad compartida, los benditos enlaces débiles, los del saludo al pasar y el comentario insustancial con los vecinos. Esos vínculos sociales que están un poco más allá de los fuertes, como los que aporta la familia: argamasas confortables y no demasiado comprometidas que dan sentido a los días y los lugares en los que transitamos por la existencia. Te pasas media vida buscando seguridades y un cierto blindaje, y de pronto, los apóstoles de la insatisfacción crónica y la mejora continua te afean tu conducta por conformista y autocomplaciente. Tomen estas letras como una simplificación de un concepto, zona de confort, que resulta ser nocivo para el mandamiento posmoderno del desarrollo permanente. Con lo bien que suena confort. Y es que no sabe uno en qué dar.
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