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Gafas de cerca
Hace tiempo que el hombre, ya mayor, está sin empleo, pero su mujer no lo sabe. Se levanta todavía de noche para fingir el ritual del día de trabajo. Ella prepara el café y le lía el bocadillo en papel de periódico. Él emprende camino; en realidad no va a la fábrica, sino a vagar lentamente a pie y en bus hasta una plaza del centro, donde mirará a la gente pasar hasta que llegue la hora de volver a casa, ya también sin luz del sol. Es una de las diversas historias de un día cualquiera de personas corrientes que cuenta Gente de Roma, de Ettore Scola. Cada vez que veo a alguien presumir de apreturas de agenda, se me viene a la cabeza. Hay otro tipo de persona desocupada -o poco ocupada- que hace lo mismo, pero echándole al calendario de su vida de ficción la pimienta del estrés, la anfetamina de las altas responsabilidades, el tetris imposible de las continuas reuniones (por lo general con gente supuestamente notable, a la que llama por su nombre de pila o su diminutivo: Fali, Amparo). Te dirá: "Uf, dentro de cuatro semanas, difícil. Ponme un correíto y lo cuadramos". Es de temerse que este prototipo de workaholic sea falso cual moneda de tres euros.
Hay a quienes sucede casi lo contrario, y su agenda es un infierno al que acaban profesando adicción. Son émulos de Freddie Mercury, pero sin lucir pelo en pecho ni ostentar paquete: "No me pares, me lo estoy pasando superbien, no quiero parar de ninguna manera". Te confían sottovoce de dónde vienen y a dónde van, y qué personas notorias les esperan (sea al nivel que sea: ministerial, de provincias o del metaverso). Tienen mucho trajín laboral, a diferencia del obrero romano despedido, y además no lo ocultan, sino lo contrario. Otra cosa es la productividad de su trabajo, que suele colisionar con las jornadas de 16 horas. Este agendador, a diferencia del anterior, tiene trabajo, no cabe duda. Coinciden en la ostentación de la agenda: de la de ficción, unos; de la de carrusel, otros.
Hay más prototipos de agendadores. Uno de ellos está en el riguroso candelabro (Sofía Mazagatos dixit, agobiada por su agenda). Se trata del político español, que puede no tener tiempo para nada, pero siempre para un sarao de su partido con cámaras, etiqueta no escrita y pirotecnia audiovisual. Qué de congresos, ¡y elecciones!, ¿para qué tantas sin coincidir?, ¿será para pura propaganda y contubernio de camarillas? En mi primer trabajo, una secretaria veterana y con un gran poder me soltó, al mes de estar allí: "¡Venga reuniones!, ¿y trabajar para cuándo, hijo?". (Aceptemos pensar y resolver como formas de trabajo.)
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