La consagración de la primavera

Descanso dominical

Queda inaugurado el baile del entretiempo en los roperos, la fiesta del velo de flor al fondo del paladar. Sean bienvenidos a los chaparrones de mayo, al réquiem por los ocres y los grises, al horizonte en el que ya se adivinan flotando las luces de casa. La primavera no hace prisioneros. Te lleva por delante. Más que una estación es un destino, un propósito, un porvenir que ha trazado sin miramientos en el Sur todas sus coordenadas. A veces también castiga. Pronto pondrá a moquear a los intolerantes al polen o las gramíneas, así que nos acordaremos de sus castas entre estornudo y estornudo, pero, aun con los ojos como dos brecas, la seguiremos queriendo de esta manera. Sus primeros capítulos, como en el mítico ballet de Stravinsky, han sido desordenados, perturbadores, rozando el desquiciamiento. La orquesta confundía el cielo despejado o poco nuboso de la sinfonía de cuerdas y maderas con las tormentas descarnadas y el aparato eléctrico de la percusión. Nos ha dejado al borde del precipicio y hay quien ha pasado miedo, aunque, tranquilos, una armonía perfecta está al caer.

Hoy es Domingo de Ramos, es la señal. La primavera ya se ha conjurado para descubrirse con toda su fuerza ante nuestros sentidos durante una semana que es fugaz e infinita al mismo tiempo. El incienso solo huele así ahora, cuando se desdibuja en mitad de una batalla sagrada de lirios y claveles, cuando se enreda con el río del perfume que traen al doblar la esquina las garrapiñadas y el amontillado. Los tambores anuncian una muerte buena, las cornetas se dejan escuchar con manías de eternidad y las gargantas porfían con el viento por ver quien le canta más gitano. Entre el esparto y el terciopelo caben todas las texturas posibles en esta consagración de la primavera en cuyo tablero hay sitio además para la fe, la cultura, el patrimonio, la tradición e incluso las contradicciones; que haberlas, haylas. Existen pocos lugares en el mundo capaces de poner en pie esta extraordinaria coreografía de las creencias, la belleza y la religiosidad popular.

Así es la Semana Santa en nuestra tierra, escenario propicio a partir de hoy de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, paisaje de fondo de la historia más grande jamás contada. Y sí, un año más habrá que confiar en que el tiempo nos dé una tregua y ahuyente a la próxima borrasca, se llame como se llame. Hace años que no hay procesiones sin incertidumbre. Es lo que tiene abrir las puertas del cielo en plena primavera.

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