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Jerez/Lo del título de la columna de esta semana me retrotrae a la plaza de la Maestranza hace ya algunos años. Más de lo que uno desearía. El ganadero Victorino Martín había pegado un pelotazo con una corrida muy brava que habían lidiado Pepín Liria y Raúl Gracia ‘El Tato’. Tarde triunfal. Al día siguiente, en los tendidos del coliseo sevillano, volvía el aburrimiento del medio toro que se resistía a embestir. Una escombrera con pitones. De pronto, un aficionado, desde el tendido, lanzó un grito que todos pudimos escuchar alto y claro: “¡Victorino, sálvanos!”.
La banda del Maestro Tejera estaba allí, como todas las tardes de toros, y muy posiblemente algún músico con retina se acordará de aquella anécdota. Más o menos eso pensaba uno anoche mientras disfrutaba de la música de esta gran banda de música mientras escuchaba marchas de Abel Moreno, de Gámez Laserna o de don Germán Álvarez-Beigbeder.
Y es que me parecía que, en todo esto de las cofradías, la música de Tejera sonaba anoche en la Catedral como un lenitivo. Un canto de reconciliación con las cofradías, tan bajas de nivel en demasiadas ocasiones. De rencillas, de diretes y de cortijos y ambiciones.
Sonó Tejera y parecía que todos esos malos espíritus se aquietaron porque siempre se ha dicho que la música amansa a las fieras. Y quizá por eso, anoche, en cierta forma, volví a reconciliarme con las cofradías. Esas cofradías cargadas de patrimonio cultural ya no solo en el arte, sino también en la música cuando suena Cristo de la Expiración o Saeta Cordobesa. Una delicia.
Gracias a los músicos de la banda del Maestro Tejera por el concierto de anoche. A Victorino Martín por tantas tardes de toros bravos y encastados en Sevilla y gracias a aquel aficionado que supo y pudo ser portavoz de lo que sentimos los que tenemos afición —en este caso a las cofradías— y vemos que el futuro se nos va por el desolladero del desagüe sin poder hacer nada. O de la gárgola, que queda como más ‘capillita’.
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