Javier Benítez

Crónicas desmemoriadas

Descanso dominical

21 de julio 2024 - 03:07

Escribes porque quieres decir, soltarte del abrazo en ocasiones incómodo de tus juicios, aligerar el equipaje y acaso ventear las estancias. Otras veces lo que deseas es gritar, golpear el mostrador, derramar la tinta hirviendo y un tremolar de filias y fobias a levante y poniente. Escribir, remover la tierra prometida de esta parcela, es una cita a ciegas con uno mismo, encima de un cajón, en una plaza donde el público rodea tu mesa desperdigada de páginas caprichosas, movedizas e inciertas. Y escribes por querencia, en el sentido primario de hacer lo que amas, del buen querer. Por la recompensa del sibarita, por construir, componer y ordenar palabras distraídas que flotan por ahí al estilo de las corcheas. Escribes por sentir. Como en esos días de verano, cuando el asfalto duele, el calor ha prendido el aire y buscas refugio en una casapuerta. Al llegar notas que la sombra del zaguán te cubre y te redime con su aliento fresco que lleva ahí mismo toda la vida. Por esa sensación también escribes.

Con toda probabilidad en el subconsciente anidaban muchas de estas motivaciones y respuestas a preguntas que nunca nos hicimos sobre el hecho de escribir, pero nunca imaginaste que sería, por encima de todas las cosas, una regresión feliz y emocionada; una terapia afilada capaz de rescatar el tiempo dormido de tu memoria despreocupada y pulverulenta. Así que los artículos de cada semana en este vecindario de azoteas bien amuebladas y cirugía de precisión se han convertido en una sucesión de crónicas desmemoriadas que con más o menos fortuna van adornando el descanso dominical. Y hoy debo y quiero dar las gracias por ello a este periódico que es uno de los nuestros y que, a la vista de los hechos, me ha ahorrado un pastizal en terapeutas y divanes. Será por aquello de que escribir también es sanar cada vez de alguna manera. Agradecimiento sin paliativos a su director, Daniel y a la guardia pretoriana que forman Ana, Ángel y Fran, periodistas de raza en los que me apoyé más de una vez para cerrar círculos y rematar faenas.

Y, por favor, hagan extensiva esa gratitud sincera y cómplice a ustedes mismos, a los seguidores militantes (que los hay), los lectores ocasionales y los que un día pasaron por aquí y se quedaron un ratito. Me siguen sorprendiendo de mañana sus mensajes puntuales, los pitos y aplausos, el análisis casi siempre certero y un cariño que conmueve. Como diría un clásico, esto no es un adiós, solo un hasta luego. Sentía la necesidad de poner el cartel de “cerrado por vacaciones”, y quisiera volver a verles si me lo permiten a la vuelta del verano. Porque al final va a ser verdad que necesito seguir con el tratamiento, necesito seguir escribiendo estas crónicas desmemoriadas.

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