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Un día en la vida
ESTO va de un muerto. Esto es una necrológica. Un género tan agredido como imbatible. Un género seguro. Un género demasiado fácil. No conozco a nadie del gremio -ni aficionados- que se lance a aporrear el teclado con el muerto todavía caliente para escribir que fue un hijo de mala madre, o un esposo grosero, o un padre rácano y opresivo, o un jefe que se dedicó a joder a sus empleados en la oficina. Para eso ni se enciende el ordenador. Se cumple en el tanatorio como enseñan las convenciones, con cuidado de que los deudos no se percaten de los chascarrillos y las maledicencias que soltamos sobre el fiambre, y se vuelve uno a su casa con la conciencia manchada de tranquilidad mientras en la cabeza resuena esa frase de Thomas Bernhard: "La muerte no debe corregir en modo alguno la imagen que tenemos de alguien". Y es verdad. Por mucha que fuera la misantropía del austríaco, llevaba razón. Demasiados difuntos alabados con un sahumerio literario sólo eran merecedores, parafraseando a Boris Vian, de un escupitajo sobre su tumba.
No es el caso de Michael Herr, que murió el viernes pasado. No sé qué leen, si es que leen algo al día de hoy, los alumnos de las escuelas de Periodismo, pero que un profesor les recomendase su Despachos de guerra no sería mala idea. Herr fue el gran cronista de lo que pasó en Vietnam. Y en el frontispicio de las aulas de los estudiantes que quieren trabajar en esto tendría que estar grabada la frase que escribió en su libro sobre Stanley Kubrick: "Los periodistas trabajan mucho, demasiado, la cinta transportadora se mueve cada vez más deprisa y acarrea estilos cada vez más vacíos, espectáculos brutales, estúpidos y afortunadamente efímeros". Igual eso les haría replantearse su vocación, afianzarse en ella o alejarse para siempre. En la guerra de Vietnam hubo casi tantos reporteros como toneladas de napalm pero la combustión de sus textos superó a los de los demás. También fue la guerra televisada. Coppola parodia este interés mediático al principio de Apocalypse Now, cuando un equipo de televisión pide a los soldados naturalidad, espontaneidad, que vayan a lo suyo sin mirar a la cámara. Herr colaboró con el director y con John Millius en el guión. La narración del capitán Willard (Martin Sheen) la escribió Herr.
Ese comienzo, con Willard bajo el ventilador:
-Saigón, mierda, aún sigo solo en Saigón.
Es insuperable.
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Gracias, Errejón