El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
Su propio afán
Anteayer escribía un artículo en el que lamentaba hasta qué punto la ventana de Overton se ha cerrado sobre el divorcio, contra el que ya no se previene ni en los círculos más ortodoxos. Y justo cuando lo terminé y me levanté para ir a misa, me encontré con que la lectura del Evangelio era aquella que habla de que marido y mujer serán una sola carne. Siempre nos precipitamos –en los dos sentidos– por el precipicio del pesimismo.
Lo de una sola carne me pone de un magnífico humor. Haciendo la media del peso, yo adelgazo lo mío. También le gustaba mucho a mi paisano José Luis Tejada, que se vino arriba en un poema sobre el amor carnal y dio a luz esta imagen: “Hoy somos sólo un pulpo de ocho miembros/ que raramente un tajo divino escindiría”. Aquilino Duque, tan amigo y admirador de Tejada, veía un borrón de tinta en lo del pulpo. No lo admitía como animal de metáfora lírica.
El monstruo mitológico viene mejor para la vida cotidiana. Nos faltan ojos y brazos. Me gustaría leer más y hacer más gestiones al día, pero pienso que, con lo que leemos al alimón mi mujer y yo o con lo que corremos uno y otro, cubrimos el expediente de un solo cuerpo, al menos. El mito de la media naranja me gusta, no tanto por la idea del encaje, como en el poema de Tejada, sino por la agenda, como en el poema nuestro de cada día. Nos cubrimos las espaldas. Todos los días recuerdo la lección de Antonio María Oriol. Tras ser liberado de su secuestro por el GRAPO, confesó cuánto le había confortado saber que su mujer iría a comulgar a la hora de siempre. Por el sacramento del matrimonio eran una sola carne, y él, por tanto, recibía el Cuerpo de Cristo a través de su cónyuge cada mañana. Hizo Oriol un precioso y delicado lazo entre diversos sacramentos y un nudo muy sutil entre una fe firme y una carnalidad profunda.
Es verdad que con los hijos lo de la fusión de la carne es ya científico, al 50% del código genético, indisoluble: cada hijo una naranja perfecta, redonda, de ambos padres. Y también hay que advertir que lo del solo cuerpo no conlleva una vida en rosa conyugal, porque también de mi cuerpo me duelen a veces la cabeza, la espalda o las rodillas. Precisiones aparte, ahora lo que necesitamos son ocho miembros. Cuatro brazos son pocos para todo lo que tenemos que hacer y cuatro piernas pocas para lo que hay que correr. A veces correr a nuestro encuentro, que son sin duda las veces mejores.
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